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Nietzsche consideraba que el lenguaje es una metáfora. Al fin y al cabo, una abstracción de la realidad convencionalmente aceptada que nos permite interpretarla o comprenderla mejor, mediante unos símbolos reconocibles de acuerdo con unos patrones culturales, que convierten lo verosímil en verdadero, aunque lo ... considerado como creíble pudiera ser falso, si una interpretación distinta o mejor planteada deshiciera el entuerto. Con aquel argumento deconstructivo e hipotéticamente erróneo, siguiendo su propia metodología, consideró la existencia de Dios como una metáfora aceptada históricamente por los creyentes, tan cierta e inconsistente como su contraria, la inexistencia de Dios. Pero entre las dos hipótesis, optó por una propia: Dios ha muerto y gracias a lo cual, el hombre es más fuerte y su presencia en el mundo, a partir de entonces, más lúcida y auténtica.
Walter Lippmann, corresponsal y cronista del horror durante la primera gran guerra del siglo XX, inventó una metáfora para describir el enfrentamiento ideológico y estratégico entre las potencias dominantes tras la segunda conflagración mundial: la guerra fría. Una metáfora lo suficientemente verosímil para advertir a la opinión pública sobre la amenaza que significaba que dos poderosos rivales entraran en una colisión directa de intereses y, a la vez, lo suficientemente sugerente como para que los dos actores en conflicto se dieran por enterados de que el hecho más verificable, era el de que estaban congelando y con ello retrasando, la posibilidad de un conflicto armado, humanamente inasumible y devastador.
La guerra fría de la segunda mitad del siglo XX fue un periodo devastador en distintas regiones y para millones de personas, víctimas de la tensión permanente entre los actores más influyentes: Estados Unidos, la Unión Soviética y la débil y también comunista República Popular China. Su recuerdo es un ejercicio de interpretación sobre si la carrera nuclear y la revolución cultural comunista fueron capaces de aportar algo mínimamente aprovechable a la historia contemporánea o si, por el contrario, no han aportado absolutamente nada.
Algunos análisis de destacables 'think tanks' norteamericanos trabajan sobre el planteamiento de que la modificación del posicionamiento desafiante actual de China es posible a través de una estrategia de competición y rivalidad, pero no exclusivamente de rivalidad y contención. Uno de los más relevantes ha sido el informe 'The Longer Telegram' elaborado por el Atlantic Council a principio de 2021, que integra un enfoque realista, es decir, consciente de la situación de la creciente y manifiesta voluntad de poder de la Administración presidida por Xi Jinping, con los principios liberales que siguen alumbrando el liderazgo americano y de las democracias aliadas.
Pero dentro de los Estados Unidos algunas corrientes doctrinales realistas más duras, no conciben un panorama de competición corrector de la tendencia. Sino que defienden una estrategia de competición basada en una contención anticipadora del hecho de que, según estas interpretaciones, está teniendo ya lugar y que significa una situación de escalada previa a una nueva guerra fría. Para la cual, además, China está mejor preparada de como estaba la Unión Soviética en 1949, como advierte John Mearsheimer en el artículo publicado en el último número de la revista 'Foreign Affairs', The inevitably rivalry.
La tensión entre potencias regionales, los conflictos fronterizos y otras alteraciones de la estabilidad internacional como los movimientos y algaradas sociales en medio de procesos electorales o de otra índole, ponen de manifiesto las fracturas del orden internacional en la actualidad. Rusia y Ucrania en los meses pasados; Israel e Irán durante los últimos años; Bielorrusia y Polonia en territorio cercano al antiguo telón de acero europeo; Marruecos y Argelia ahora en el corazón del Magreb y del estrecho. Las grandes potencias americana y asiática con sus tensiones en el Pacífico y a nivel comercial. Un ambiente de permanente estado de prueba y error que confirma el oscuro otoño del orden liberal y el enfriamiento de la globalización política y económica.
La voluntad de poder sobre la que Nietzsche fundamentó la esencia del comportamiento humano derivó en la construcción de una falsa idea del super hombre, que sucumbió en el juicio histórico de la opinión pública, cuando las imágenes de los campos de concentración y de las dictaduras totalitarias fascistas y comunistas mostraron el verdadero significado de la cruel superioridad de unas ideologías soberbias y macabras. Encerrado en su habitación y obligado por su mujer a escribir más y filosofar menos, Chesterton respondió a Nietzsche con ironía y la modesta certeza del libre pensador: «cuando el ser humano deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa». Un lenguaje sin metáforas.
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