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Torrelavega, años sesenta, fiestas de la Virgen Grande. A una mujer la están metiendo mano y no sabe quién. Parece extraño, pero no lo es. La joven se hallaba en el interior de una de las atracciones, la barraca de nombre El Congo, cuya oscuridad ... total buscaba aumentar un terror casero producido por medio de sustos ingenuos, a modo de un tren de la bruja sin tren ni bruja. Cuanto pasaba dentro sonaba fuera, y de pronto se oyó una voz femenina: «Gilio, ¿eres tú?». La andaban toqueteando al amparo de la negrura, y aunque tenía la seguridad de que el autor no era su marido, preguntó por si acaso. Una vez confirmado lo evidente, la chica se enfadó lo suyo: «¡Gilio, o dan la luz o tiro el caseto!». Con ocasión de un éxito deportivo de Gilio, sus amigos le enviaron la página del diario en la que aparecía su foto con una nota escrita a bolígrafo: «Gilio, ¿eres tú?».
Cuando se hace la noche, sea de forma natural o artificial, todos los gatos son pardos y debemos ir con cuidado. La anécdota del casetón llamado El Congo es real como la vida, pero no está tan documentado ni cuenta con testigos fiables el caso de la orgía presuntamente celebrada en fechas más recientes. La bacanal terminó como el rosario de la aurora por la ausencia de orden y método. Se citaron, al parecer, un número idéntico de hombres y mujeres. La idea consistía en apagar la iluminación en un momento dado para que cada prójima se emparejara a tientas con un prójimo, el suyo o el que pasara por allí. El asunto iba bien hasta que, en la confusión reinante, un prójimo descubrió que quien le manoseaba era otro prójimo y no una prójima. «A ver –gritó–, organización. Sobre todo, organización. O nos organizamos o enciendo las luces».
Corren malos tiempos. Vivimos en la crispación y el resentimiento, rodeados por la falsa moralidad de los inquisidores de la idiotez, que recortan libertades y quieren robarnos nuestros tesoros, los de la sonrisa y la tolerancia para reírnos de los demás, sí, pero también con los demás y de nosotros mismos. A la espera del regreso de la cordura, existe un antídoto, el del humor, con el que huir de calumnias y prohibiciones, mentiras y postureo. Quienes lo conocimos todo, la dictadura franquista, la transición democrática y esto de ahora, y sea cierto o no el relato del desenfreno, podemos sugerir, porque tiene sentido, el seguimiento de la propuesta de Manuel del Palacio, periodista y poeta del XIX: «Vamos a revelar lo que aprendimos / en nuestra alegre juventud inquieta, / y a dar a la ficción y el disimulo, / a fuer de caballeros, por el culo».
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