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Ya no sabemos de qué modo nombrar nada ni nado sin que alguien se incomode y se te echen encima los talibanes y las talibanas ... de la nueva ortodoxia y ortodoxio, radicales y radicalas, jóvenes y jóvenas, miembros y miembras, pero la fiebre remite, como era de esperar. Obsérvese, además, la contradicción: lo masculino figura siempre por delante en la cosa inclusiva, cuando en el habla anterior, aún vigente, lo femenino está primero, señoras y señores, por ejemplo. Nadie se expresa tan tontamente en la calle, y salvo el nosotros y nosotras en algunos púlpitos políticos, que no va más allá porque es muy cansado y alarga el discurso, se vuelve poco a poco a la normalidad, si bien la Academia Española de la Lengua (RAE) está analizando seriamente la posibilidad de modificar la Constitución para adaptarla a «un lenguaje más igualitario» con las mujeres. Los posibles y mínimos cambios evitarán, naturalmente, el desdoblamiento.
Lo que persiste es lo que se ha dado en llamar lenguaje políticamente correcto, es decir, el miedo a la palabra exacta para sustituirla por eufemismos ridículos y tan poco claros que inducen a confusión. Al viejo lo llamamos señor de edad, con lo que hurtamos la información fundamental de conocer con un vocablo único a qué edad nos referimos. Los adjetivos, por cierto, han de utilizarse con propiedad, porque no hace mucho se publicó en los diarios una nota en la que se calificaba de anciano a un hombre de sesenta y pocos años, sin que conste que quien tituló la noticia –no llamaré periodista al o a la tontolaba– haya sido condenado a galeras. Bien aplicadas, viejo y anciano son algunas de las voces más bellas del castellano, a la altura de otras tan hermosas como madre, amor, sonrisa, esperanza, libertad, abuelo, vida, felicidad, silencio. No es la palabra la que ofende sino el tono –si es agresivo toda es insulto–, la forma y el contexto.
Hacemos justo lo contrario, degradamos el idioma de manera ridícula y cursi, y destrozamos de paso la economía de lenguaje. Al portero lo llamamos empleado de fincas urbanas; al pobre, necesitado; al negro, subsahariano; al carcelero, funcionario de instituciones penitenciarias; al asilo, residencia de mayores; al gasolinero, empleado de estación de servicio; al guardia municipal, agente; al asesinato de civiles, daño colateral; a la fuga de cerebros, movilidad exterior; a la recesión, crecimiento negativo; a los desahucios, ejecución hipotecaria, y pronto las meretrices serán asistentas sexuales. Los eufemismos, además, combaten entre sí porque van cayendo en desgracia y hay que sustituirlos con frecuencia. Así, el respetuoso y antiguo término inválido ha sido sucesivamente reemplazado por minusválido, discapacitado y 'persona con capacidades distintas', sin saber ya de qué hablamos y sin que mejore por ello ni la dignidad ni la situación del afectado.
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