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El lector debe saber que el mundo que pisaba hace apenas un mes ha volado por los aires. Los primeros treinta días del Gobierno de ... Donald Trump dejan claro que no tiene voluntad continuista, suponen una revolución de vocación adanista: reventarlo todo para comenzar una nueva era. El fenómeno es comparable al hundimiento de la Unión Soviética, aunque en esta ocasión la implosión tiene pretensiones de estrategia estudiada. Al votar a Trump, la sociedad estadounidense ha firmado un pacto fáustico, en la creencia de que, ya que solo el diablo tiene un plan, es necesario confiar en él. Aunque esto suponga el fin del Occidente democrático.
Asustados por la situación financiera, la inseguridad y ciertos excesos encarnados en el movimiento 'woke', los estadounidenses han confiado en un Trump que poco tiene que ver con el de su primer mandato. Ahora tiene de su lado a los gurús tecnológicos de Silicon Valley, a los propietarios de los principales medios y a los 'halcones' del Partido Republicano. Su plan y su voluntad pasan por tornar la democracia americana en lo que se conoce como 'autoritarismo competitivo', un Estado autoritario sin partido único pero que usa el aparato estatal como un arma para hostigar y anular a oposición, medios no afines, movimientos sociales, universidades...
Trump gobernará con voluntad y poder para explotar las ambigüedades constitucionales con fines autoritarios y usando las agencias de seguridad, las auditorías fiscales, las audiencias del Congreso, las campañas en redes sociales, y el chantaje financiero como armas, poniendo a su país en la senda de modelos como la Hungría de Orbán o la Turquía de Erdogan. Con la excusa de reducir gastos y aumentar la seguridad, despedirá a los funcionarios no afines y derivará las iras populares hacia las minorías y los emigrantes, acosando sin tregua a aquellos que se le opongan.
EE UU ha sido en los últimos 80 años el faro moral y el músculo militar de Occidente, entendiendo este como liga aliada de democracias liberales. Pero para el Estado trumpista, la alianza con las democracias tradicionales carece de sentido. Desde su llegada al poder, el presidente no ha hecho más que criticar y amenazar a sus aliados tradicionales y elogiar a los tiranos. Atrás queda EE UU como superpotencia global en vías de arruinarse, sustituida por una potencia regional con pretensiones de reforzarse y enriquecerse. El cambio es radical y las consecuencias geoestratégicas, infinitas.
Ya lo dijo el vicepresidente Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich: lo que más le preocupa respecto a Europa no es la amenaza rusa o china, sino el 'cordón sanitario' que los partidos democráticos imponen a la ultraderecha, ya cobijada sin disimulo bajo el ala de Trump con el explícito apelativo de los 'Patriots'. A los Estados europeos, el Gobierno americano les exige un gasto monumental en defensa del 5% del PIB, al tiempo que les castiga con aranceles. En la práctica, Europa y aliados ya no son amigos, sino gorrones molestos a los que se extorsiona para que paguen y hagan lo que se les dice.
A las potencias autoritarias como China, Rusia o los Estados del Golfo Pérsico, el nuevo Gobierno les promete reconocimiento siempre que no se salgan de su zona de influencia y respeten la fontanería que Trump instala en Occidente a marchas forzadas: control del continente americano (donde amenaza con anexionar el canal de Panamá y Canadá), disolución de la UE y creación de una liga de pequeños Estados autoritarios y xenófobos dependientes de EE UU, y competencia con China en el Pacífico. Pugna en la que tal vez haga concesiones a su rival, impensables con el Gobierno Biden, tales como ceder Taiwán, país al que Trump ya ha acusado de robar a EE UU la industria de los microchips, exigiendo que esta sea retornada.
¿Y OrientePróximo? ¿Y Ucrania? Para estupor de la comunidad internacional, Trump anunció la próxima expulsión de Gaza de toda la población palestina, con afán de construir después una «nueva Riviera» con complejos hoteleros y, sin duda, una base estadounidense junto al corazón del Estado israelí. De Ucrania, Trump sostiene con inquietante ambigüedad que en el futuro «puede que sea rusa o puede que no», mientras que su vicepresidente dijo que la guerra era «cosa de Rusia y Ucrania», dejando la responsabilidad de su defensa y resistencia en manos de unos europeos a los que, hasta ahora, ni siquiera se les ha invitado a las conversaciones de paz.
Frente a este panorama, la OTAN significa ya poco más que unas siglas. El Occidente colectivo es cosa del pasado. La ultraderecha xenófoba se constituye como el nuevo valor en alza. Y la democracia se ve como un obstáculo para el negocio. Es la era de la revolución MAGA, calificada por Emmanuelle Macrón como un auténtico «electroshock».
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Ana del Castillo
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