Miguel Hernández, entre la vida y la dignidad
ENTRE PARÉNTESIS ·
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Cuánta belleza desperdiciada. ¿Se imaginan si Miguel Hernández hubiera vivido cuarenta años más? En el octogésimo aniversario de su muerte renuevo el sabor amargo de sus amigos intentando liberarle. Uno de ellos fue José María de Cossío, el señor de la Casona de Tudanca que ... ayudó al joven Miguel cuando llegó a Madrid, donde tuvo que dormir en la calle sin una perra chica que llevarse al bolsillo. Cossío le propuso colaborar en el último tomo de su enciclopedia 'Los toros', trabajo que liberó al poeta de la miseria. Luego conoció a Rafael Alberti y María Teresa León, que le convencieron para militar en el Partido Comunista, y cuando estalló la guerra se alistó voluntario en el ejército republicano donde participó en tareas culturales.
Detenido en mayo de 1939, Cossío logró con sus gestiones liberarle de la cárcel en un primer momento, y consciente del peligro que corría, el de Tudanca le ofrecería refugiarse en su Casona. Pero Miguel se obstinó en regresar a Orihuela, donde le denunciaron y encarcelaron de nuevo pocos días después, para ser condenado a muerte.
No se me va de la cabeza pensar qué hubiera ocurrido si hubiera aceptado la propuesta de Cossío para ordenar la valiosa biblioteca de La Casona, pastorear las vacas tudancas y seguir escribiendo con aquel extraordinario talento.
Cossío intercedió por él para conmutarle la máxima pena, llamó de madrugada a altos cargos del régimen para evitar que le fusilaran al día siguiente, logró que la condena se redujera a doce años y un día de prisión e, incluso, se aceptó liberarle si se retractaba de sus ideas y manifestaba adhesión al nuevo régimen político. Pero el poeta prefirió seguir en la cárcel, donde fallecería de tuberculosis el 28 de marzo de 1942, con 31 años. La dignidad y el orgullo vencieron sobre la belleza y la plenitud de la vida, para desgracia de la poesía.
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