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«Claro que hubo milagro, por supuesto», dice ella torciendo la sonrisa cada vez que se le pregunta en una sobremesa familiar. «Entre tanto agua y barro, en medio de aquella tormenta de verano y con semejante multitud que habíamos acudido para ver a la ... Virgen, el milagro fue… que no pasó nada», cuenta al tiempo que lamenta que el vestido estampado que había estrenado para la ocasión, no fuera que la Virgen Santísima la viera de cualquier manera, «no valió para más». Así es mi suegra, nonagenaria y sabia, por más que, como muchos otros de su generación, tuviera que cambiar los libros por la azada y ofrecer su talento a la perentoria manutención familiar.
Ahora que Garabandal vuelve a estar de actualidad, me pregunto exactamente en qué momento ese «que no pase nada» dejó de ser un milagro en Cantabria para convertirse en algo inherente a la región. Así, de carrerilla, sin detenerme a darle muchas vueltas, me sale una alineación de lujo: trenes que no caben por los túneles o que cien años después tardan más tiempo en cubrir el trayecto Santander-Bilbao que cuando mi suegra estudiaba en la escuela; un AVE, perseguido durante décadas, que tendrá Reinosa como última parada; el bochorno de coger un Cercanías a primera hora y cruzar los dedos porque no sabes a qué hora llegarás a trabajar; que el ministro Óscar Puente tenga los arrestos de vendernos las bondades del gordiano nudo de Torrelavega, cuyos trabajos se prolongan desde hace más de seis años sin que se atisbe el remate a corto plazo; cerca de ese nudo, el tramo de autovía A-67 que sufrió un desprendimiento hace un lustro y sigue luciendo en amarillo por su estado de obras…
Cuentan que en Garabandal la Virgen profetizó un aviso, un castigo y un milagro. Debí caer en que el aviso lo dio el insigne lobista, Pepe Blanco, cuando en 2009, en plena luna de miel con Revilla, anunció la llegada del AVE a Cantabria en… 2015 (sic). El castigo me viene a la mente cada vez que cojo cualquier tren. El milagro será que alguna vez tengamos una región con infraestructuras a la altura de su tiempo. Y claro, si la Virgen pensó acudir a Garabandal en tren, ¿cómo pensaba a llegar a tiempo? Normal que desde entonces no se haya prodigado en otra aparición por aquí. Más allá del vestido estampado de mi suegra, no me atrevo a reprochárselo.
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