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Acabamos de pasar la barrera de los 1.000 fallecidos cántabros por covid-19. Es una cifra cuya magnitud permite suponer que todos en nuestra comunidad ... o bien hemos perdido por esta infección a algún ser querido, o bien conocemos directamente casos muy cercanos donde se produjo el fatal desenlace. El número redondo es puramente testimonial. Hubo fallecidos no diagnosticados en las primeras semanas. Ha habido muertes causadas indirectamente por el virus, al trastocar la atención a otras patologías. Hace muchos meses, por tanto, que el dato de mortalidad total ha superado el millar holgadamente.
El virus todavía no ha desaparecido y, aunque mientras no lo haga tampoco podremos efectuar una evaluación completa de daños y percances, sin embargo ya se pueden esbozar algunas consecuencias que no dejan de afectar a la Cantabria autónoma.
La primera de ellas, la contradicción entre el keynesianismo sobrevenido en política económica y monetaria y la manifiesta dificultad para orientar y canalizar eficazmente estas mayores posibilidades presupuestarias. Si una región, en medio de una gran recesión y con tantos proyectos importantes pendientes, y en un contexto de ausencia de límites legales europeos al déficit y la deuda, no es capaz ni de un gran impulso a la inversión pública ni de captar fondos europeos generosos para ese salto adelante, aquí pasa algo serio. No me refiero solo a un problema de mayor o menor capacidad gestora de los políticos de turno, sino a que la maquinaria no funciona bien. No es que el covid-19 haya deteriorado las estructuras públicas, sino que ha revelado lo anquilosadas que estaban, y cómo la burocracia, el exceso administrativo y la inexistencia de innovación frenan la marcha de la sociedad. (Recuerdo los comentarios que me hizo entonces algún alto responsable del Gobierno de Cantabria, sobre la decepcionante respuesta de tales estructuras ante la sobrevenida necesidad de actuar masivamente y con urgencia. No todo el mundo se hizo acreedor a un aplauso, ni mucho menos). Debería plantearse una gran reforma en busca de la eficiencia y la agilidad. El historiador de la economía de Cantabria se rascará la cabeza hasta hacerse un surco, cuando vea que ante una necesidad catastrófica la autonomía no empleó todo el arsenal de fondos y márgenes de déficit a su disposición. Pronto la ventana se cerrará y lamentaremos mucho no haber respirado ese oxígeno extra.
El segundo punto es la importancia de la digitalización. La desaparición total o parcial del trato social presencial motivo un mayor uso de las tele-actividades, desde la sanidad y la educación a las tareas de oficina y todo lo que no exigen una aplicación física directa. La reciente implementación de una tarjeta sanitaria virtual es un proceso acelerado por la convicción de que el SCS puede ganar efectividad si realiza un uso más intensivo de las tecnologías de la información en la relación con los usuarios. Antes de covid-19 no te proporcionaban el medicamento en farmacia si no se presentaba la hoja impresa con las prescripciones; de pronto, gracias a la receta electrónica, ya solo se requería mostrar la tarjeta. También en educación se inició a la fuerza un proceso de digitalización que aún podría dar más de sí, en el caso del que los gobiernos dejaran de agobiar el tiempo y la ilusión de los docentes con su propio caos mental reglamentista, digno de un cuento de Borges.
Un tercer punto es la transición ecológica. El origen de la pandemia parece propio de una sociedad no muy avanzada: un mercado tradicional donde se mantienen sin control una serie de animales silvestres, reservorios de virus potencialmente letales. Pero su difusión se apoya en lo más moderno: las redes de transporte aéreo, la movilidad global de mercancías y pasajeros. Ciertamente, se han dado pandemias en situaciones históricas anteriores a nuestro impacto antropocénico, pero entendemos bien que las alteraciones ecológicas y el desequilibrio grave en nuestra gestión de la Naturaleza son motores claro de proliferación de epidemias, y no sabemos si todas serán igualmente controlables, porque la Naturaleza, precisamente, tiene el mayor laboratorio de todos y experimenta más que todos nosotros juntos. Su presupuesto de I+D+i es infinito. Sin embargo, este desafío ecológico nos pone ante la evidencia de las muchas siestas que venimos echando en Cantabria al respecto. ¿Quién se acuerda ya del plan regional contra el cambio climático? Documentos que se meten en un cajón y quedan, no ya por debajo de las expectativas, sino ciertamente al otro lado del 'terminator' de la vida pública, en la cara oscura de la administración. Ni Keynes, ni Gates, ni Greta. Quizá no se puede expresar con menos palabras, sin perder rigor.
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