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Nuevamente, la robótica, en su versión más «humana», se cuela en las vidas necesitadas de cariño y empatía para tratar de contrarrestar los efectos devastadores ... del progresivo abandono de las manifestaciones mas entrañables y cercanas que son la médula de los sentimientos. En los principales foros de divulgación de España, el ingeniero japonés Takanori Shibata, pionero en el campo de la robótica, está presentando un robot terapéutico –que explica– tiene gran valor para ayudar a superar la soledad, e incluso, la tristeza. Se llama Nuka. Es una foca blanca de aspecto entrañable, provista de diez microchips, y que incluye en su barriga y bigotes distintos sensores para detectar el tacto de la persona que le acaricia, para así acurrucarse, mimosa, cuando le tratan con cariño. En Estados Unidos se está utilizando como complemento para terapias neurológicas y en Europa, es Dinamarca el país con mayor implantación de este robot en las residencias de ancianos.
No sé si tratan de persuadirnos de que la nanotecnología puede sustituir besos, caricias y abrazos, convencernos de que la realidad virtual suplirá al susurro erizante de una voz amiga, hacernos olvidar –en definitiva– que es la piel la que permite sentir a otros y que las ausencias no son, al final, tan dramáticas. Lo que estos inventos evidencian es el progresivo distanciamiento que se está empoderando de la relaciones interpersonales. Pronto, en cuanto asome la Navidad –ese invento anunciador de ausencias y creador de nostalgias– la Policía, por ejemplo, comenzará a alertar del riesgo del 'timo mimoso o del abrazo' utilizado para desvalijar a personas, en su mayor parte de edad avanzada, que acceden a recibir un abrazo que quizás ansían.
De todas las demostraciones afectivas, quizás sea esa, el abrazo, la que mayor interconexión permite entre dos seres humanos, convirtiéndose, además, en oxímoron de mudo diálogo.
Uno de los símbolos pictóricos de la Transición es un cuadro titulado 'El Abrazo' (Juan Genovés, Valencia, 1930), realizado en 1976, que recoge la imagen de varias personas de espalda, dándose un abrazo como símbolo de la reconciliación de los españoles. Es también ese abrazo solidario, la base del monumento en memoria de los abogados laboralistas asesinados en Atocha en 1977. Eso, sin olvidar que hay psicoterapeutas que aseguran que dar seis abrazos al día a personas que nos agradan –mejor si son «de oso»– nuestro organismo puede experimentar una sensación de armonía que dura todo el día. Así de fácil y de complejo.
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Ana del Castillo
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