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La ministra de Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, ha tardado un año, pero mejor tarde que nunca. Ha dicho las verdades del barquero sobre los espigones de La Magdalena. Que lo mejor es terminarlos, salvo que Santander quiera quedarse sin playa, ... pues los rellenos permanentes de arena son un disparate económico y ecológico. Ha venido a decir también que, si los santanderinos queremos eso, que nos lo paguemos nosotros. Por tanto, la ministra de Sánchez ha desautorizado la posición de los concejales socialistas, regionalistas y 'ciudadanistas', que era, precisamente, suprimir espigones y rellenar con arena cada vez que se necesite. Esto ha sido declarado absurdo por el Gobierno de España y el arriba firmante, por una vez y sin que sirva de precedente, está de acuerdo. Lo único que puedo reprochar a la ministra es que haya necesitado un año para llamar al pan 'pan' y al espigón 'solución'. Seguramente estaba muy ocupada hundiendo la industria nacional del automóvil. El día no da para todo.
O queremos playas o no las queremos. Resulta legítimo que alguien prefiera que no existan: es una cuestión filosófica y no cuesta dinero. Pero si las queremos, hay que protegerlas con el diseño que elaboró el Instituto de Hidráulica Ambiental. Todo lo demás es postureo, politiquería y comedia institucional. Hace un año, el ayuntamiento clamaba por los espigones y el Ministerio los frenaba. Ahora, el Ministerio quiere terminarlos y el Ayuntamiento, eliminarlos. Es todo surrealista.
Siempre me ha llamado la atención la resistencia santanderina a la alteración del paisaje cotidiano. Es paradójico en una ciudad con pocos atractivos arquitectónicos y que ha sido afectada por catástrofes, incendios y especulaciones de gran envergadura. No se ha permitido a Rafael Moneo un edificio en Puertochico. Se combatió el proyecto de Piano para el Centro Botín. Solo falta que le pongan zancadillas a Chipperfield para el museo del Banco Santander. El Hotel Bahía tuvo que cambiar a un proyecto de reconstrucción más tradicional porque el moderno suscitaba mucha oposición. El Hotel Sardinero se ha dejado reconstruir solo bajo la condición de hacer un clon estético del original de la década de 1920 (este caso tiene cierta lógica por combinar visualmente con el Casino en una zona que evoca los primeros baños de ola).
Pero no veo que a nadie le parezca horrible que exista una instalación para prácticas de golf en uno de los lugares más panorámicos de Santander, junto a Mataleñas; o que no haya todavía proyectos para aprovechar la Residencia Cantabria, que es también un icono del 'skyline' santanderino; o que siga ese feo solar en Los Castros donde tenía que ir un colegio mayor universitario; o que continúe sin desarrollarse San Martín y se oigan tiros y más tiros bajo Reina Victoria y junto a un museo marítimo.
Una ciudad que no respeta a su gente, ¿se respeta a sí misma? Hace 87 años el jefe del estado español, el presidente Niceto Alcalá-Zamora, inauguró en Reina Victoria el monumento al periodista y escritor José Estrañi y Grau. Este año se cumplen 100 de su fallecimiento. ¿Cómo está ese monumento? ¿Dónde está el busto? No hay respeto ni cariño a la biografía de la ciudad. También hace 90 años de la fundación del Hospital Valdecilla. ¿Qué se ha hecho para conmemorarlo, no solo en Valdecilla, sino en la propia ciudad? Más paisanaje: ese es el fundamento del
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