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Al ser condición de su supervivencia, un objetivo de toda democracia liberal debería ser el cultivo de individuos con una cierta personalidad; esto es, hombres ... y mujeres que se expresen con criterio propio y que no repitan, sin más y para ser aceptados o promocionados, lo que se diga o se haga alrededor. El pensar por sí mismo nos introduce en un camino con reglas –como son la coherencia y el rigor– y con dudas; de muchas cosas carecemos de respuesta y debemos callar y seguir trabajando.
Es evidente que no hace falta ser científico para seguir su método de razonamiento, pero conviene saber el significado e importancia que concedemos a la ciencia en general. ¿Se puede aprender a pensar por sí mismo desconfiando del valor de lo bien demostrado? Negar lo que la ciencia afirma de forma contrastada cierra el paso al saber y al gran consenso social de la razón. Por esto es preocupante el avance de la pseudociencia, siempre corrosiva.
Leo que hace dos años el 65% de los votantes demócratas estadounidenses afirmaba tener 'gran confianza' en la ciencia, mientras que esto ocurría sólo en el 30% de los votantes republicanos, menos de la mitad. Es desolador.
¿Y qué decir del vicio de hacer trampas? Ayer, 11-S, recordaba al presidente de ERC Oriol Junqueras exigir la libertad de unos detenidos por arrojar chinchetas, y pretender tirar bidones de aceite por donde pasaban los ciclistas de la Vuelta a España: «La policía española, contra las libertades fundamentales y los derechos humanos», exclamó. Y otros de la misma cuerda sueltan: «Protestar no es delito». ¿Alguien cree que es posible hablar con quienes mienten y confunden?
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Ana del Castillo
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