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Es una experiencia a prueba de nervios, muy desagradable, y de la que apenas nadie se libra: se va haciendo raro hablar u oír a ... personas que sintamos vivas. El ejemplo más notorio se encuentra en el teléfono, no son ya las llamadas 'spam' (advertidas, por suerte, como sospechosas por numerosos móviles), sino que cualquier consulta o petición que debas efectuar es para ponerse a temblar. Voces robóticas que no desaprovechan la oportunidad para lanzarte ofertas, no paran de preguntar y no entienden nada de tus palabras espontáneas, sino que te exigen repetir lo que te urge hasta que aciertes con una palabra que coincida con las que tienen programadas. Resulta irritante, pero solo nos queda aguantarnos y, tal como a muchos les gusta hoy repetir con ramplonería, «es lo que hay».

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