Se mira el mundo como si se sobrevolara, se mira la vida propia así también
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | 14 ·
MARCOS DÍEZ
Domingo, 29 de marzo 2020, 07:45
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN | 14 ·
MARCOS DÍEZ
Domingo, 29 de marzo 2020, 07:45
Anoche me quedé dormido en el sofá. Me dije, voy a cerrar los ojos solo treinta segundos. Cuando los abrí la película, una comedia que no me estaba haciendo reír, había acabado hacía ya tiempo. Miré el reloj, eran más de las dos de la ... mañana. Caminé hacia mi habitación, intentando no despertarme del todo para poder conciliar el sueño rápidamente otra vez. Fue inútil, cuando me tumbé en la cama ya estaba completamente despierto. Mis ojos querían estar abiertos y no cerrados. Si yo los cerraba ellos, como movidos por un resorte secreto, se abrían solos otra vez. Me quedé así, mientras las horas pasaban, mirando la penumbra, que es como mirar una niebla en la que se adivinan cosas.
No tengo claro si en plena madrugada, alejado del rumor que acompaña a los días cuando se despiertan, se piensa con más o menos claridad. La mente cuando no tiene entretenimientos se vuelve precisa y peligrosa a la vez, lo mismo arroja una idea lúcida que una deformidad. Estar a solas, en medio de la oscuridad y el silencio, tiene estas cosas. Se mira el mundo como si se sobrevolara, se mira la vida propia así también, como si fuera un poco la vida de un extraño, y empieza en ese momento algo que se parece a un ajuste de cuentas. No con los demás, que de nada sirve, sino con uno mismo. Y luego, inevitablemente, llega la tristeza. Algo que se parece a la serenidad también.
Este aislamiento (hoy se cumplen dos semanas desde que se decretó que nos quedásemos en casa) comienza a parecerse a un largo insomnio que obliga a mirar la vida desde otro lugar. Es posible que la avalancha de propuestas a través de Internet sea solo un intento desesperado por replicar el ruido de antes, cuando la vida no se había detenido, para no dejar que el silencio hable. El silencio es una bendición y un martirio. Me siento bien cuando todo se calla, aunque en esa calma salgan a la superficie cosas que duelen. Siento que en estas dos semanas el tono de mis artículos se ha vuelto más sombrío. Antes de sentarme a escribir, me digo, venga, un poco de buen humor hoy. Pero luego no sale. O casi no sale, a veces algo se cuela, pero no demasiado. Hay un temor también a decir algo fuera de lugar, supongo, ahora que tanta gente está sufriendo. Anoche, antes de que doblara el brazo al insomnio, pensé en cuánta gente estaría, como yo, mirando en ese momento con los ojos abiertos la penumbra de un cuarto cualquiera o de una habitación de hospital. Pensé en las preguntas que se estarían haciendo. Y, de una manera que no alcanzo a explicar, me dormí acompañado.
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