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Los cambios en las sociedades en muchas ocasiones son poco perceptibles, pero la perspectiva que da el paso del tiempo nos permite comprobar cómo, transcurridos ... 40 años desde la consecución del autogobierno para Cantabria, las transformaciones de la región han sido enormes; tanto desde el punto de vista económico, de infraestructuras o servicios públicos, como desde el de los valores sociales y culturales de la ciudadanía.
Hay retos que no existían en el debate público de hace cuatro décadas y ahora son plenamente actuales (protección medioambiental, despoblamiento, economía circular, energías limpias, industria agroalimentaria sostenible, coexistencia de la ganadería con la preservación de las especies de nuestra fauna...), y otros que han desaparecido de la agenda sin que nadie se acuerde de ellos.
Siempre he creído que el principio básico que ha de orientar las políticas que se desarrollen en el medio rural es el de igualdad de derechos. Y ello supone un reconocimiento público, y el justo pago por su trabajo y esfuerzo, para los hombres y mujeres de nuestro sector primario.
En un momento en el cual se debate de forma desafortunada sobre nuestro modelo de producción ganadera, toca de nuevo reconocer la labor de un sector estratégico para Cantabria, y cuyo comportamiento durante esta crisis sanitaria que vivimos, ha resultado ejemplar, ya que nos ha provisto de alimentos seguros y saludables, permaneciendo al frente de sus explotaciones y de sus plantas de transformación durante el estado de alarma, cuidando, además, de nuestra naturaleza y medio ambiente.
Cantabria es, sobre todo, sector primario. Lo llevamos en el ADN y forma parte de nuestra identidad. Sin nuestra ganadería y nuestra industria de transformación ligera, la región no sería lo que es hoy en día. Actualmente hay retos que hace cuatro décadas no estaban en la agenda pública. Entre ellos, la lucha contra la despoblación y la vertebración territorial a través de la dotación de servicios de proximidad. A principios de la década de los 80, tampoco se contemplaban la conservación y la recuperación de la biodiversidad como herramientas para la mitigación del cambio climático, ni se desarrollaban en toda su amplitud las estrategias de prevención de los incendios forestales, tal y como se hace ahora, ni siquiera se pensaba en la lucha contra las especies invasoras, o la creación y consolidación de la Red de Espacios Naturales Protegidos y la restauración de áreas degradadas.
Y esto nos lleva al escenario actual, en el cual, las políticas públicas que impulsamos buscan situarse en el centro de la necesaria transición del modelo productivo de Cantabria hacia una economía circular. Nuestra actividad genera residuos que debemos ser capaces de convertir en recursos; también debemos encontrar el equilibrio entre el desarrollo de las energías renovables y la conservación de los elementos más valiosos de nuestro patrimonio natural y cultural. Ello supone realizar una apuesta decidida para «reimaginar, recuperar y restaurar» nuestros ecosistemas, pero sin olvidarnos nunca de que no puede entenderse la naturaleza de Cantabria sin la presencia ancestral de las personas que han modelado nuestros paisajes y conformado la tierra que hoy, en pleno siglo XXI, estamos orgullosos de habitar.
El nuevo escenario que se abre con el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia es ilusionante, puesto que los fondos comunitarios nos van a permitir abordar inversiones que supondrán un impulso definitivo para el cambio de modelo productivo en nuestra región. Pero hay algunas amenazas actuales que nos retrotraen a escenarios que creíamos definitivamente superados. En el aniversario de la declaración de nuestro Estatuto de Autonomía vuelve a ser necesario reclamar respeto a las competencias autonómicas y alertar sobre las tentaciones recentralizadoras de quienes, desde la administración central, no asumen la complejidad y diversidad del medio rural español.
El reciente ejemplo de la modificación del Listado de Especies Silvestres de Régimen de Protección Especial (Lespre) para incluir a toda la población de lobo de España, ha obligado a Asturias, Cantabria y Castilla y León, las cuatro comunidades que aglutinamos el 95% de los lobos de todo el país, a un enfrentamiento no deseado con el Ministerio. En una decisión arbitraria y con tintes de soberbia que resulta dañina para la supervivencia de un sector que está sufriendo como nunca las consecuencias de los ataques a su ganado.
Hace 40 años, fuerzas políticas muy diversas alcanzaron en Cantabria un consenso básico para impulsar un proceso ilusionante de conformación de la identidad regional, que sería muy necesario recuperar hoy de nuevo como una divisa para nuestra tarea como representantes públicos. Consenso sobre los grandes temas que se mantienen abiertos en una Cantabria rural que, si algo merece, es esperanza, consideración y confianza en sus posibilidades de futuro.
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Ana del Castillo
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