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La reforma de la anacrónica Ley de Secretos Oficiales, promulgada en el franquismo y sometida a un leve maquillaje dos meses antes de ser aprobada la Constitución, inicia su recorrido parlamentario con serios recelos de todos los socios del PSOE -incluido Unidas Podemos- y de ... la oposición. La ausencia de una normativa homologable con las de los países democráticos avanzados que, transcurridos determinados plazos y con las salvaguardas oportunas, permita el acceso a documentos clasificados por su relevancia para la seguridad y la defensa nacionales es una asignatura todavía pendiente por razones difícilmente justificables. Resulta palmaria la conexión entre la iniciativa del Gobierno y el 'escándalo Pegasus' sobre el presunto espionaje a dirigentes independentistas, cuando los socialistas y el PP han bloqueado en los seis últimos años la tramitación de dos proposiciones de ley del PNV en ese sentido. La nueva regulación es tan necesaria como lo es acertar con su contenido y suscitar en torno a él un amplio consenso.
El anteproyecto supone un sustancial avance respecto a la situación actual. Su principal novedad consiste en el establecimiento por primera vez de un límite temporal para los secretos de Estado -ahora pueden permanecer ocultos para siempre-, que llega hasta los 50 años, prorrogables otros 15. Un periodo a todas luces excesivo, muy superior al planteado por Pedro Sánchez antes de llegar a la Moncloa y que la mayoría de las fuerzas políticas plantea recortar de forma sustancial. La apuesta del Gobierno por la regulación más restrictiva en este ámbito en la UE, aplicada en su versión más extrema, impediría conocer hasta dentro de casi un cuarto de siglo documentos relacionados con el fallido golpe del 23-F o los GAL. Se trata de una decisión equivocada. No solo porque la sociedad española tiene la madurez suficiente para enfrentarse sin miedo a las sombras de su pasado y el derecho a conocer lo que entonces sucedió, sino porque la desclasificación de material al respecto ayudaría probablemente a desmontar falsos relatos interesados en desprestigiar de forma torticera la Transición y los pilares sobre los que se asienta nuestro sistema democrático.
Es de esperar que la tramitación parlamentaria mejore el texto con las aportaciones de los distintos grupos y alumbre un acuerdo de gran espectro en una cuestión de Estado del que, por ese mismo motivo, el PP no debería quedar al margen.
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