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Es fácil detectar a un adolescente cuando miente. Es todo tan sincero a esa edad que se reconoce enseguida cuando tiene el joven que ocultar alguna transgresión venial o un pecado de los que él/ella supone más gordo porque su gesto cambia al instante: ... los mofletes colorados y la mirada se torna avergonzada con un destello 'trágametierra' característica. Es un acto en el fondo tan sincero y espontáneo como inevitable que se lo hace pasar mal, de tal forma que si el interlocutor es un adulto muchas veces debe de disimular al transformarse todo en pecado no confesado pero sí indirectamente reconocido.
Me gustaría ver los mofletes colorados en los mayores. Hoy se miente desde todas las estancias sin inmutarse y no existe la más mínima repercusión en los gestos. Algo terrible: se miente con naturalidad pasmosa, maquiavélica, poniendo en riesgo incluso la unidad de España ante nuestros ojos. Van ganando los malos sin que tratemos al menos de construir una barricada mientras arrasan con todo cambiando las leyes a su antojo sin casi respuesta; hasta 17 leyes se promulgaron de carácter ideológico en unos meses. «Fugit irreparabila tempus» y nosotros de terraceo esperando unas elecciones que arreglen solas la situación tal y como ha sucedido otras veces.
Mientras, se anula la sedición en nuestro código penal, se modifica la malversación de caudales públicos, se excarcela etarras, se adoptan conductas antipatrióticas y se trata de cambiar el coco de nuestros niños modificando hechos y ocultando nuestro origen heroico, sin darnos por enterados. Cambian la historia mientras lo cambian todo observando con chulería cómo nosotros hacemos ganchillo y digerimos de un trago todo lo traicionero que nos ofrecen.
Sin embargo, hace unos días, en Palma de Mallorca, unos muchachos pusieron la bandera de España en clase y mostraron sus mofletes colorados de ilusión mientras contaban la mentirijilla de que lo hacían porque jugaba España al fútbol y realmente jugaban ellos a compromiso. Una lección que aprendieron por sí mismos. Son nuestra esperanza.
La respuesta lamentable de la profesora apoyada por el colegio fue expulsarles de la clase llamándole «trapo» a la bandera y amenazando su determinación. En un momento y sin saberlo estaban recibiendo una lección tan bien explicada como útil para su futuro. La que les acababan de dar en la clase de catalán que se convirtió en clase práctica de español en unos minutos. También fue la de aprender por sí mismos la amenaza del separatismo incomprensible.
Es que la clase, sin que lo supieran, trataba de conocer de primera mano la cara del sectarismo para, al mismo tiempo, ver que no existe mejor gesto que el compromiso ni privilegio mayor que ser español y defenderlo con orgullo. La lección de ese día se convertirá, sin que ellos hayan sido conscientes, en una de las más útiles e inolvidables de su vida. ¡Vaya si lo será!. Y nosotros también aprendimos algo.
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