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Godofredo Leibniz (1646-1716) ya era considerado un sabio a sus 28 años. Este alemán optimista descubrió el cálculo diferencial, una rama nueva de las matemáticas, al mismo tiempo que Isaac Newton; ejerció importantes labores diplomáticas para tratar de impedir que el ambicioso rey francés ... Luis XIV se merendase a los europeos situados entre el Rin y el Oder; y fue historiador, jurista y bibliotecario al servicio de diversas cortes germánicas. Viajó por toda Europa y conoció a personajes como el holandés Leeuwenhoek, el primer humano que miró por un microscopio. Hacia el final de su vida, escribió en francés sus trabajos más filosóficos.
La 'Monadología', obra de un Leibniz de 68 años, trata de algo que había obsesionado ya a los pensadores modernos de la generación anterior: ¿Cómo puede ser que algo material y hecho de partes, el cuerpo humano, produzca algo tan sutil y unificado como la mente o pensamiento? René Descartes eligió postular dos sustancias: la extensa o material, y la pensante o alma. Pero entonces, ¿cómo se podían comunicar entidades tan diferentes? El filósofo francés dedujo de sus estudios anatómicos (solía descuartizar animales en el patio trasero de su casa) que en la pequeña glándula pineal, en el centro del cerebro, reside el alma, que resulta estimulada por los 'espíritus animales', producidos por el corazón y que recorren el cuerpo de un modo semejante a lo que hoy consideraríamos impulsos del sistema nervioso. Y así el alma experimenta pasiones: tristeza, alegría, odio, amor…
Esto para Leibniz era imposible. Una cosa corpórea no puede actuar sobre una incorpórea. Y en la 'Monadología' propone el siguiente ejemplo: si el cerebro fuese una máquina de pensar y la hiciéramos tan grande como un molino para poder recorrerla, encontraríamos sus diferentes piezas, pero «nunca con qué explicar una percepción». Esta no puede basarse en la máquina compuesta del pensar, sino sólo en una sustancia simple. Y estas sustancias simples son las mónadas, que son incorpóreas. El mundo está repleto de ellas. La propia materia fundamenta en ellas sus propiedades. Algunas son capaces de conciencia y memoria, como la mente humana. La más perfecta es, dice Leibniz, Dios. Pero las mónadas no tienen ventanas ni se comunican, y por eso Leibniz tuvo que afirmar la armonía preestablecida, para justificar la realidad y la ciencia. Las percepciones concuerdan por decreto divino, que implica siempre el mejor de los mundos posibles.
El pugilato mediático más llamativo de esta semana de calentamientos preelectorales ha enfrentado al presidente de la patronal cántabra, Lorenzo Vidal de la Peña, con el de la comunidad, Miguel Ángel Revilla, a propósito de la interpretación de la marcha económica de la región. Ha tenido mucho de contraposición entre vivir en el mejor de los mundos posibles, argumentado por el líder político en algunos datos de empleo y PIB, que parecen apoyar la armonía preestablecida entre los indicadores económicos, y por otro lado el choque de los 'espíritus animales' (concepto cartesiano que John Maynard Keynes recogió en su teoría económica para explicar los impulsos emocionales de los agentes hacia el consumo, la inversión o el ahorro) con la glándula pineal de los empresarios, que se ven afectados por pasiones tales como el escepticismo y el enfado.
No hay duda de que ha bajado la tasa de paro, pero al mismo tiempo hemos creado mucho menos empleo que el resto de España. Ambas cosas son posibles simultáneamente por una sencilla explicación: aunque se genera empleo a ritmo discreto, hay también mucho abandono del mercado laboral y por tanto cae el paro en mayor proporción. En cuanto al PIB, parece que últimamente está más animado, pero venimos de una larga historia de crecer por debajo. Por eso, más que el porcentaje de aumento anual, es revelador examinar los índices que parten de una base 100 en 2010 y evaluar el camino recorrido. Cantabria cayó nueve puntos y luego subió 12; España cayó seis puntos y ha subido 14. Dicho de otro modo: aún tendríamos que crecer por encima de la media española durante más años para cerrar la desventaja en la recuperación y 'empatar'.
Así que puede que tanto la excitación de la glándula patronal como la monadología del gobernante tengan sus puntos respectivos de verosimilitud y de inverosimilitud. Pero, por mucho que recorramos el molino de la economía de Cantabria, no se nos va a aparecer la interpretación o percepción. Solo vemos piezas de la máquina. Sin embargo, desdeñar los 'espíritus animales' de los empresarios no sería juicioso. Si alguien te dice que su sector va mal, lo más probable es que así sea, pues suele tener un detector infalible: su propia cartera. Por el contrario, ningún Gobierno prospera admitiendo que el asunto está ful, ya que parecería que invita a los electores a votar por la oposición.
Un punto que indica despiste general es que apenas haya generado debate el informe oficial sobre la caída de la inversión pública en 2013-2017. Inversión del Estado, pero también de la propia comunidad autónoma. Como autodefensa una autoridad regional vino a decir, en cristiano macroeconómico, que, para revertir los recortes de otros, él ha hecho a su vez unos cuantos, subiendo sueldos públicos y cargándose empleos privados para compensar. Fenomenal explicación, pero acumular tantos años de sequía inversora será, está siendo ya, un lastre para una Cantabria que, como he apuntado antes, aún tiene el reto de la convergencia. Conviene recordar que la autonomía cerró el presupuesto de 2017 sin llegar a utilizar todo el margen de déficit autorizado por el Gobierno nacional: perfectamente se podría haber invertido más y creado más empleo. Fue un recorte de libro en capítulos muy necesarios para acelerar la recuperación.
Quizá convenga invertir los papeles: que el gobernante sea más cartesiano, sensible a la presión de los 'espíritus animales' sobre su glándula pineal, para no perder contacto con la realidad corpórea; y que el empresariado sea más leibniziano, creyente en la armonía preestablecida, mano invisible del mercado que hace que la mónada de cada uno mueva el molino de todos.
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Ana del Castillo
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