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Estados Unidos acaba de anunciar un acuerdo, cifrado en 1.200 millones de dólares, con la farmacéutica europea Merck para comprar alrededor de 1.700 millones de lotes de tratamiento contra el covid-19. Se trata de una píldora antiviral experimental, todavía en ... fase de ensayos clínicos, que si fuera aprobada por las autoridades sanitarias podría comenzar a usarse en otoño de este mismo año. El fármaco en cuestión es el molnuparivir, del que ya habíamos hablado en una de estas columnas. Evidentemente, el trato solo tendrá efecto si el molnupiravir recibe una autorización de uso de emergencia o la aprobación total por parte de la FDA estadounidense, pero que su gobierno haya dado el paso quiere decir que las perspectivas son buenas.
El molnupiravir, que Merck desarrolla en asociación con la biotecnológica estadounidense Ridgeback Biotherapeutics, es uno de varios antivirales orales en investigación que se están probando para hacer frente a la pandemia de coronavirus. Este fármaco pertenece a un tipo de antivirales distinto a la pastilla de Pfizer, llamados inhibidores de la polimerasa. Actúan sobre una enzima que los virus necesitan para copiar su material genético, e introducen mutaciones que los incapacitan para replicarse. Este tipo de fármacos tiene el problema de que pueden interaccionar con nuestras propias polimerasas, por eso los protocolos de seguridad que se han seguido han sido especialmente estrictos.
Parece que el molnupiravir ha tomado la cabeza en la carrera por conseguir un medicamento contra el covid-19 que se administre por vía oral, en detrimento de la pastilla de Pfizer, todavía sin bautizar. En ambos casos nos encontramos con tratamientos destinados a curar la enfermedad, no a prevenirla, pero que tienen ventajas evidentes sobre las vacunas debido a la rapidez en su actuación y la facilidad en su conservación y administración.
El tratamiento consta de cinco píldoras, que se comienzan a administrar en una fase temprana de la enfermedad, lo que aporta un triple beneficio potencial: inhibe el progreso del paciente a una enfermedad grave; acorta la fase infecciosa, con el consiguiente alivio de los costes derivados del aislamiento prolongado del paciente, y controla rápidamente brotes locales. Sin embargo, todavía no hay suficientes datos acerca de su eficacia en casos más avanzados de la enfermedad, ya que los ensayos clínicos siguen en curso.
A pesar de las buenas perspectivas, aún es demasiado pronto para echar las campanas al vuelo, ya que el medicamento tiene que ser aprobado por las autoridades sanitarias. Y tampoco olvidemos que, si bien siempre es una buena noticia que el arsenal terapéutico disponible siga creciendo, quienes pueden conseguir erradicar la enfermedad son las vacunas, y no los tratamientos.
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