Momias del viejo mundo
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¿Qué Reino Unido, qué Europa y qué mundo tendríamos hoy en día de no haber existido la Reina Isabel II?Las comparaciones son siempre odiosas, más aún entre finados; ni siquiera entre figuras políticas de relieve global que, con más de nueve décadas de vida a sus espaldas, han muerto con apenas 10 días de diferencia. El 30 de agosto moría en Moscú el hijo ... de unos campesinos rusos tan pobres que, de niño, no tenían ni para comprarse zapatos. Unos días después, el 9 de septiembre, se iba al otro barrio la nieta de un rey de la casa Windsor. Mientras asistimos agotados a las interminables exequias de esta última, yo quiero hacer hoy, desde estas líneas, un homenaje al difunto Míjail Gorbachov y a su legado.
La mayoría de los analistas y comentaristas, que estos días nos aturden con detalles del interminable sepelio inglés, coinciden en que los mayores logros de la difunta monarca fueron su elegante no interferencia en la mecánica política de las Islas Británicas, sus inteligentes silencios, su aburrida dignidad y la valiente flema ante los escándalos de su propia familia. Es decir, todo eso que en términos geopolíticos se conoce como «soft power» (o poder blando). Y es que la Reina Isabel II era, en todo su anacronismo, un icono pop. Su poder simbólico, como el de los Beatles, Peppa Pig o James Bond, era muy grande. Con sus maneras antediluvianas de rancio abolengo y su peinado incólume, Isabel II era pura nostalgia: la reliquia de un esplendor clausurado hace mucho tiempo; el vivo retrato de un capítulo histórico de supremacía global británica que colapsó hace ya un siglo pero que aún rueda en calesa, como un muerto muy maquillado al que nadie se decide a dar sepultura. No es una metáfora: abundando en «ideas zombis del viejo mundo» debemos recordar que la difunta Reina Isabel II lo era «por la gracia de Dios» y que, entre sus muchos títulos, ella también era «cabeza de la Iglesia y defensora de la fé anglicana». Isabel II no simbolizaba el mundo del siglo XX, sino el del siglo XIX.
Gorbachov e Isabel II tienen en común haber sido figuras prominentes de ese viejo mundo imperial, desigual, blanco y occidental con el que China está decidida a acabar. Mientras Gorbachov desmanteló el imperio soviético que lideraba, Isabel II heredó un imperio británico en descomposición y su mayor logro ha sido encarnar, en su propia figura, aquel rictus de la tradición imperial británica, aquellas maneras honorables y aquel respeto a sus símbolos. Pero, puestos a dedicar equitativamente pompa y circunstancia a honrar la memoria de figuras históricas relevantes, merece la pena hacerse esta pregunta: ¿Qué Reino Unido, qué Europa y qué mundo tendríamos hoy en día de no haber existido la Reina Isabel II? Yo opino que uno extremadamente parecido al que hoy en día tenemos. Pese al «soft power», su alcance y proyección históricas van a resultar irrelevantes comparadas con las de Mijail Gorbachov. A Gorbachov debe agradecer el mundo la reunificación de Alemania, el fin de la Guerra Fría y, con ello, el haber librado a la Humanidad de una muy probable conflagración nuclear. Cierto es, también, que sin Gorbachov nunca hubiese existido Yeltsin (y sin Yeltsin nunca hubiese existido Putin), pero el botón rojo estuvo, durante una de las décadas de mayor tensión geopolítica en el siglo XX, en manos de un hombre de buen corazón.
Gorbachov resulta, claro, un gran líder para Occidente pero no así para los rusos (ni para los chinos). Así, aunque Vladimir Putin opine lo contrario y considere que el colapso de la URSS sea la mayor «catástrofe geopolítica» del siglo XX, el crédito que merece aquel abogado (de peculiar mancha en la frente) es impagable: el fin de la carrera armamentística que él pactó con EE.UU. en los años 80 y el desmantelamiento de la Unión Soviética explican, en buena parte, el período de bonanza económica que hemos vivido desde entonces, el ascenso de China, las tres últimas décadas de globalización y, en fin, un rumbo feliz al final del siglo XX. Garrafales errores de cálculo político y falta de estrategia en sus decisiones provocaron la cleptocracia rusa actual y su implosión como superpotencia. Pero sin un sólo disparo. Ahí radica el insólito logro de Gorbachov que le valió -irónicamente, en toda su «occidentalidad»- el Nobel de la Paz en 1990.
A los españoles en nada nos afecta la muerte de la reina de Inglaterra. Mientras Europa se contagiaba de luto por el fallecimiento de una monarca nonagenaria, el BCE acometía la mayor subida de tipos de su historia con un alza del 0,75%. En el peñón de Gibraltar sigue ondeando la bandera inglesa pero todo este absurdo luto mediático nos desvía la atención: el endurecimiento del acceso a crédito de familias y empresas sí que afecta de lleno a España. Esa es la gran noticia. Puestos a guardar lutos ajenos, bien merece que lo guardásemos por un ruso que evitó la Tercera Guerra Mundial. O, si no, como diría nuestro poeta Pepe Hierro, que «sean los muertos los que entierren a sus muertos».
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