La rebeldía de envejecer con libertad siendo mujeres
Incorporar la perspectiva feminista en el envejecimiento es un reto ético y político impostergable si queremos tener sociedades con equidad
Monica Ramos Toro
Martes, 7 de marzo 2023, 07:13
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Monica Ramos Toro
Martes, 7 de marzo 2023, 07:13
Ser mujeres libres y protagonistas de nuestras vidas es un derecho a todas las edades. Sin embargo, pocas veces en el 8M se pone el ... foco de atención en las maduritas, viejas, senior, mayores o veteranas. Todos estos nombres hacen referencia a esas mujeres a las que se ha ignorado habitualmente en la agenda de igualdad, incluso en las agendas feministas, pero que son piezas claves en las familias extensas aportando cuidados y apoyos sin los cuales la vida cotidiana se pararía. ¡Qué sucedería si, por ejemplo, las abuelas hicieran huelga! Son las que contribuyen a sostener la vida y cubren los importantes vacíos a los que no llega ni la conciliación de las empresas ni la corresponsabilidad de los hombres ni las políticas públicas de apoyo al cuidado. Son las que siguen aprendiendo en todos los lugares habidos y por haber, universidades de mayores, centros culturales, comunitarios, cívicos, espacios de igualdad, salas de conferencias; en ciudades y pueblos; en todas las áreas del conocimiento. Están y habitan, ellas se ven y se reconocen, aunque el edadismo patriarcal las invisibiliza porque ya no las ve ni bellas, ni útiles, ni son reproductivas.
A partir de los 50 años -y no digamos con edades más avanzadas- a las mujeres se nos invisibiliza. Nuestro papel tiende a reducirse potencialmente al de esposa, madre o abuela. Nuestros deseos se condicionan a lo que nos demanda el entorno, mejor digamos la familia, para quien tenemos que estar disponibles sin fisuras. Nuestro amor se esencializa y, si no es incondicional, se nos cuestiona. Pero nosotras somos diversas. No todas somos esposas, ni madres ni abuelas. Y entre las que sí lo son, no todas centran su vida solo en estos papeles porque saben que son mucho más. Sí, los roles familiares son relevantes, pero el patriarcado no los dota de valor social ni de relevancia comunitaria. Han sido solo el mecanismo de control de las vidas, los deseos y las aspiraciones de las mujeres. El patriarcado nos ha educado para que creyéramos que esos papeles eran los que creíamos importantes. Lo son y mucho. Las feministas sabemos que las mujeres hemos sostenido la vida y que nuestro trabajo reproductivo, doméstico y de cuidados nos ha mantenido en pie como especie. Claro que lo sabemos. Pero ha llegado la hora de que estos relevantes trabajos dejen de tener género y construyamos comunidades corresponsables que los pongan en el centro de sus políticas para que las mujeres podamos pensar nuestras vidas desde los derechos y las oportunidades.
Para nosotras, envejecer y llegar a viejas supone entrar en el terreno de lo que se sale de la norma; nos convertimos en un antimodelo que debemos mejorar con cremas, tintes, deporte y operaciones. Por eso, no utilizamos cremas para hidratar la piel, sino para borrar arrugas, nos teñimos el pelo para no aparentar la edad que tenemos, hacemos deporte porque debemos tener la carne prieta y la figura delgada, nos operamos porque debemos parecer jóvenes… Sin embargo, muchas le damos la vuelta a este sometimiento y nos negamos a caer en una estética que nos constriñe. No hay mayor acto de rebeldía que no encajar en lo que se espera de nosotras. Cada vez más mujeres maduras y viejas deciden liberarse y dejar de estar enfadadas con su cuerpo envejecido –especialmente, las de más edad– y nos ofrecen el camino a seguir cuando se sienten a gusto con ese cuerpo que les permite seguir vivas disfrutando de cada uno de sus sentidos. Por eso es tan importante compartir experiencias con mujeres viejas y libres.
Las mujeres maduras y mayores tenemos que hacernos visibles, tal como somos, con nuestros cuerpos, trayectorias, preferencias sexuales o identidades diversas, siendo conscientes de las desigualdades que nos atraviesan de manera colectiva, que son muchas. Ser mujer, vieja, de clase baja, racializada, con diversidad funcional, migrante o LGBTIQ+, son posiciones que cuando se entrecruzan implican situarse todavía más en los límites. Nuestra individualidad necesita de las otras para salvarnos todas.
Incorporar la perspectiva feminista en el envejecimiento es un reto ético y político impostergable si queremos tener sociedades con equidad. Como antropóloga y gerontóloga feminista y como Coordinadora técnica de Unate y Fundación PEM tengo la oportunidad junto a muchas mujeres de combatir la discriminación que todavía sufrimos las mujeres al envejecer, para visibilizar nuestra heterogeneidad, para potenciar nuestras fortalezas y para ofrecer una mirada liberadora de la vejez.
Es Geroantropóloga feminista. Coordinadora técnica de UNATE. La Universidad Permanente y Fundación PEM
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Ana del Castillo
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