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Por esas casualidades de la vida, en 1974 la multinacional en la que terminaría desarrollando toda mi carrera profesional decidió construir su propia fábrica en el corredor Alcalá de Henares-Guadalajara, con muchas horas de sol al año. Era yo entonces el jefe del departamento ... de ingeniería industrial y, como tal, encargado de calcular el retorno de la inversión y de velar porque no hubiese desvíos en los presupuestos. Uno de nuestros proyectos más atrevidos, que ayudaba a justificar la inversión, fue la instalación de paneles solares en la azotea. O sea, que de buenas a primeras nos encontramos dentro del reducido grupo pionero de la energía solar en España. No fuimos los únicos. En los años subsiguientes unos 60.000 ahorradores invirtieron el equivalente de hasta 25.000 millones de euros en el desarrollo de la energía fotovoltaica.
Sólo que este avispado grupo de inversores terminó topando con la iglesia, como le sucedió en su día a Don Quijote y Sancho. La iglesia, en este caso, es el conocido oligopolio de la producción y comercialización de energía en nuestro país. No voy a entrar en las incontables maniobras económico-políticas que este selecto grupo ha llevado a cabo en los últimos 50 años con el fin de hacer fracasar, primero, a los intrusos en este sector, del que se consideran dueños y señores, y, tras comprender que el futuro está en las energías alternativas, quedarse con el santo y la limosna. El viejo oligopolio de la energía será el mismo oligopolio de las energías alternativas. Algo parecido a lo que posiblemente ocurra en el resto del mundo (hablaremos de esto la semana que viene).
El ejemplo, del que fui testigo accidental, me sirve para ilustrar uno de los mayores problemas, sino el mayor, que confronta la economía mundial. Hoy en día las tecnológicas (Google Amazon etcétera) poseen cantidades masivas de recursos, que utilizan para influir directamente en la economía política de los Estados. Controlan los medios de comunicación y controlan el acceso al mercado de millones de empresas, que no se mueven porque dejarían de salir en la foto. Las tecnológicas controlan hoy en gran medida la economía mundial, no se conforman con operar en su sector sino que penetran el resto de sectores comerciales y sociales (banca, farmacéuticas, transporte, etcétera) utilizando como punta de lanza la recolección de datos (son dueños de la nube) y sus endiablados algoritmos para controlar directamente a consumidores y vendedores.
Los avances tecnológicos son maravillosos... si están sometidos a un control público, que impida la monopolización de los mercados y que los mercados dicten el qué y el cómo a los consumidores. Es una ley de hierro de los mercados que cuando uno tiene mucho poder económico lo utiliza para tener todavía más. De ahí la necesidad de políticas contra los monopolios y oligopolios, para evitar que un solo sector dicte las reglas del juego que nos aplican a todos. Esto afecta de manera especial a los monopolios internacionales, como es el caso flagrante de las tecnológicas. La idea neoliberal de que puede crearse un sistema internacional (esto es, la globalización) capaz de autogobernarse, es una ficción creada por las grandes multinacionales para seguir haciendo de su capa un sayo: paraísos fiscales y demás. El problema es que los Estados nacionales no tienen la capacidad de regular a las multinacionales.
Es ésta una de las principales razones de ser de una institución supranacional, como la Unión Europea, que utilice sus poderes de manera que los ciudadanos y la sociedad de cada miembro estén protegidos, frente al poder de las grandes corporaciones.
Esta centralización de poder está destruyendo los negocios y la propiedad de mucha gente. Cuando los negocios se concentran los pequeños cierran, otros se empobrecen, los salarios disminuyen y los precios aumentan (les remito al ejemplo de la energía expuesto al principio). Si vemos concentraciones de poder es porque ha habido un fallo del sistema político, derrotado por la actuación de quienes buscan concentrarlo. Los gobiernos liberales pensaron que se podía dejar al mercado a su libre albedrío, porque siempre podrían redistribuir la riqueza generada mediante los impuestos. Pero las grandes corporaciones (paraísos fiscales mediante) se burlan de estas previsiones y no pagan ni de lejos los impuestos que se supone/calcula deberían pagar. El Estado del bienestar (pensiones, seguro médico, desempleo, etcétera) se tambalea entre otras razones por este motivo.
Al igual que el sistema político se defiende del poder absoluto mediante la democracia y su división de poderes, debería plantearse la defensa frente al poder económico-político de los monopolios y los oligopolios que hoy amenazan al Estado seriamente. Dado que su influencia y su control de numerosos aspectos de la vida pública está desplazando al Estado y suplantando su actuación.
Esta suplantación, en actividades que deberían estar en manos de la sociedad civil en una sociedad democrática, es decir, abierta, pone de manifiesto la gran amenaza que pende sobre nuestras cabezas.
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