![Morir de no-covid en la residencia: el cerrojazo](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202008/10/media/cortadas/57465605--1248x1768.jpg)
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Amediados de marzo la maldita epidemia de covid obligó a declarar en España el estado de alerta y poco después el confinamiento domiciliario para toda la población. Fueron semanas muy largas y muy duras para todos. Poco a poco fueron autorizados a salir los trabajadores ... considerados 'imprescindibles', después los menos imprescindibles, tras ellos los niños (con mucha discusión sobre el concepto de infante), los deportistas, los trabajadores 'prescindibles'... Pero a alguien se le olvidó un colectivo importante como son los ancianos ingresados en Centros de Tercera Edad y personas con discapacidad, que aún permanecieron encerrados en sus habitaciones durante varias semanas más, privados de las visitas de sus familias, de sus actividades habituales, muchas de ellas terapéuticas, de (literalmente) ver el sol... Cuando sus familiares fuimos autorizados a visitarlos nos encontramos seres humanos muy diferentes a los que habíamos dejado allí semanas antes: personas con gran deterioro físico, motor, sensorial, intelectual, emocional; dicho en román paladino: ancianos que no caminaban un paso cuando antes disfrutaban de buenos paseos, abuelos que no reconocían a sus seres queridos o que les preguntaban angustiados porqué les habían abandonado durante tres meses; viejecitos que no recordaban el parque por donde se habían movido con sus taca-tacas durante los meses previos al confinamiento, o que ya no controlaban el pis o la caca, o que habían adelgazado más de 10 o 15 kilos y eran casi irreconocibles para sus hijos y nietos o, simplemente, que estaban enormemente tristes, porque no entendían ABSOLUTAMENTE NADA de lo que les había ocurrido. Y eso, los que afortunadamente les encontramos allí; qué decir de los que se fueron solos, inmensamente solos, en la más inhóspita soledad de la habitación de un hospital, o en un pasillo, o una sala de espera, o en la habitación de su residencia... Que no pudieron despedirse de sus seres queridos, ni siquiera tener un funeral ni un entierro digno.
Mientras todo esto ocurría (y los familiares que me lean saben que no exagero NADA), y los trabajadores de las residencias pueden dar fe de que su abnegación, su profesionalidad, sus cuidados y su cariño difícilmente pudieron ser paños calientes en aquellas trágicas noches de marzo, abril y mayo, asistíamos atónitos a declaraciones cruzadas de responsables políticos, sanitarios o sociales echando balones fuera y culpando al maestro armero. Recuerdo frases 'gloriosas' como: «El modelo actual de las residencias está agotado...» (cómo no va a estarlo si en los últimos 15 años se han producido los más brutales recortes en los presupuestos de este área de la Dependencia), o «los centros de la Tercera Edad no han estado a la altura de las circunstancias...» (eso, cuando los trabajadores de estos centros estaban poniendo en peligro su propia salud y la de sus familias, o directamente se internaban voluntariamente durante semanas y semanas con sus 'chicos' para atenderlos mejor desde dentro... ). Las plazas públicas de estos Centros de la Tercera Edad y personas con Discapacidad han sido absolutamente insuficientes para dar cabida a la ingente demanda que se generaba en los últimos años, lo que ha puesto en valor a muchas instituciones sin ánimo de lucro (y en nuestra Comunidad tenemos ejemplos como la Fundación Asilo San José, que no solo ha cubierto mucho más que dignamente necesidades perentorias de la población de toda la Cantabria occidental, sino que a día de hoy es una de las empresas que más puestos de trabajo genera en la maltrecha e institucionalmente olvidada Torrelavega) y por otro lado ha generado nichos de mercado (nada que objetar) para empresas privadas que han servido de complemento para paliar esas carencias oficiales. Obligación inexcusable de los responsables de los Servicios Sociales era y siempre será asegurar que estas empresas cumplían los cánones de calidad que les eran exigibles; de nada vale y no es lícito, inculparles de los problemas en los momentos de crisis, o negarles la ayuda cuando desesperadamente la solicitaban. Hace pocas semanas por fin empezamos a acercarnos a la 'nueva normalidad'. Pudimos ir a visitar a nuestros familiares de las residencias, acompañarles a dar pequeños paseos porque no estaban para mucho más, presentarles a los recién llegados bisnietos que no conocían, recordarles cómo se llamaban sus hijos, sus nietos, sus amigos... que habían olvidado en los largos monólogos con la televisión de su habitación... Esta 'nueva normalidad' suponía que los jóvenes salían de botellón, los adultos nos juntábamos en alocadas reuniones de amigos y familiares e incluso veíamos a nuestros representantes políticos en el Congreso de los Diputados vitoreando codo con codo (nada que ver con la tan cacareada distancia social) al líder que había conseguido la propina europea de los no-sé-cuantos-mil-millones de euros que iban a ser nuestra salvación. Y aparecieron los rebrotes del covid. Y se produjo el cerrojazo.
De nuevo nos comunican que las residencias quedan aisladas, que no podemos visitar a nuestros ancianos y que ellos quedan «cómodamente» instalados en sus habitáculos... sine die. Y además nuestros responsables político-sanitarios nos lo venden con la desfachatez y el insulto a nuestra inteligencia de pretender convencernos que es por su bien, por el nuestro, para que no enfermen. Y eso se refiere a personas que en el mejor de los casos tienen meses (pocos) de esperanza de vida, que quizás no vayan a morir de covid, pero que probablemente van a morir de pena, si no de asco. No quiero ni pensar lo que nos encontraremos cuando volvamos a las residencias...
Reconozco que gestionar una pandemia como la que estamos viviendo no es nada fácil, no lo hemos estudiado en la carrera universitaria, ni nos lo han contado en los máster ni sabemos dónde encontrar la solución en la Wikipedia. Pero también me atrevo a decir bien alto, que hacerlo peor de lo que se está haciendo es imposible. Cuando se ocupan puestos de gestión es mandatorio buscar soluciones y tomar decisiones pensando en todas las repercusiones que pueda tener cada una de ellas. La propia OMS y todos los expertos sanitarios recomiendan muy claramente cuál es la estrategia a seguir en este momento: «Test, track and trace»; es decir, diagnosticar lo antes posible los casos, mapear su entorno y establecer cortafuegos. Si no se hace así, la diseminación comunitaria está asegurada. La solución facilona es prohibir: el cerrojazo. Sálvese quien pueda.
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