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Una cosa quedó manifiestamente clara en las dos últimas convocatorias del 8M y es que la fuerza del feminismo es imparable. De hecho, esta misma palabra fue la que apareció en múltiples titulares como una de las que mejor explicaban lo sucedido. En ... el 8M de los años 2018 y 2019 se logró un avance cuantitativo y cualitativo, y seguramente se volverá a hacer en 2020, coronavirus mediante. Muchas mujeres y muchos hombres están ya comprometidos de por vida con la causa, una causa de justicia universal y derechos humanos fundamentales suficientemente extendida y globalizada que ha logrado involucrar activamente a las personas, que transciende innumerables versiones más o menos minoritarias y que ya no se detendrá.
Paralelamente y como reacción a la acción imparable, no hay que obviar que hasta la ONU advierte un empuje en el mundo contra los derechos de las mujeres, una reacción «profunda e implacable» que aumenta la violencia y el acoso contra las mujeres y sobre todo contra las activistas y políticas. Es lamentable e intolerable que en este, nuestro mundo, el 80% de las mujeres no puedan disfrutar de todos sus derechos en tanto que ser humano, según la misma fuente.
¡Hablamos de seres humanos y de derechos fundamentales que aún no se disfrutan! Hablamos del artículo 28 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948): «Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos».
Esta incomprensible reacción no puede más que determinar que las acciones de las personas que creemos en la igualdad –y no, no somos todos– sean imparables y eso que a día de hoy está claro no siempre los estuvo y por ello hay que ponerlo en valor.
La lucha por la causa es de justicia y equidad, pero no es fácil en un mundo tan desigual y a varias velocidades. Y si en muchos sitios es una lucha por la supervivencia de las mujeres, su vida e integridad, su salud, educación, en contraste con otras mujeres de este mundo que jugamos en mejor liga (a pesar de que somos asesinadas por nuestra condición de mujer en cualquier lugar), en el «primer mundo» las leyes son formalmente igualitarias y contamos con muchos hombres, lidiamos con brechas salariales, machismos y micromachismos muy sutiles y con un mundo de dominio preponderantemente masculino que no se para mucho a cuestionarse porque simplemente no conviene… La mujeres que podemos, tenemos la obligación de ser valientes y atrevidas en nuestras acciones y obviar cordialmente y hasta cínicamente que se nos tilde de mandonas, protagonistas, de querer salir en la foto, de estar en todos los lados… Eso no nos debe distraer.
Además de mostrar audacia, debemos, las que podemos, cuestionar continuamente los roles de género, pues nos condicionan a todos y a todas, y no consentir que limiten subrepticiamente nuestro desarrollo e influyan veladamente en nuestras acciones. Las mujeres que podemos tenemos que tener siempre presente que lo que hacemos por avanzar en la causa lo hacemos por todas; por nosotras, por las que nos abrieron antes osadamente el camino, por las que nos acompañan y por las que vienen tan potentemente detrás. Es una buena manera, creo yo, de luchar contra el síndrome eminentemente femenino de la impostora, esa sensación de moverse en la cuerda floja, de presión e intrusismo en el desarrollo personal y profesional en espacios tradicionalmente masculinos que en mi opinión en absoluto tiene que ver con la falta de autoestima o capacidad individual, sino con estereotipos de género de construcción transversalmente social y no individual, interiorizados desde la infancia y que conforman inevitablemente la personalidad de niñas y niños y por ende de hombres y mujeres. Es un problema social que no debe llevar a desmotivarnos ni a apartarnos, porque las mujeres que podemos tenemos una responsabilidad para con las mujeres que no pueden aún y para con la sociedad de no contribuir a la pérdida social del talento femenino. La diversidad es riqueza para cualquier sociedad, así de simple. No olvidemos que lograr la igualdad entre los géneros y posicionar a las mujeres en la toma de decisiones es fundamental para alcanzar los Objetivos de Desarrollo de la Agenda 2030 en la que estamos comprometidos como Estados Miembros de las Naciones Unidas. Vamos por buen camino, avanzando, imparables.
Como imparable es la causa e imparables somos las mujeres, las autónomas en este país tenemos que celebrar que somos las responsables del crecimiento de autónomos en la última década. Ya representamos el 35% del total de autónomos porque, según refleja el Informe Mujer de ATA este año, la participación de la mujer en el mercado laboral es esencial y, donde las mujeres emprenden, la economía crece y el sector se refuerza. ¡Imparables! ¡Feliz 8M 2020 a todas!
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