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Stefan Zweig fue un escritor austríaco que vivió el deterioro y derrumbe del orden mundial previo a las guerras mundiales. Zweig era judío, vienés ... y miembro de la alta burguesía local, lo cual le convertía en ciudadano privilegiado del Imperio Austrohúngaro. Aunque hoy nos resulte un nombre rancio y tan trasnochado como el «Sacro Imperio Romano», con capital en Viena, el Imperio austrohúngaro era una de las grandes superpotencias económicas a principios del siglo XX y uno de los mayores imperios planetarios, exponente del europeísmo; albergaba, en su vasta geografía, docenas de ciudades que eran símbolo de prestigio comercial, artístico e intelectual.
Pocos autores han sido capaces de relatar el fin de una época, su decadencia y desplome como Stephan Zweig. En su obra cumbre, 'El mundo de ayer', el pensador escribió: «el mundo que me tocó vivir (...) era un mundo ordenado, con estratos bien definidos y transiciones serenas, (...) con sus numerosas pequeñas medidas de seguridad y protección, no pasaba nunca nada repentino, las catástrofes que pudiesen ocurrir en el exterior no atravesaban las paredes bien revestidas de la vida 'asegurada'». Con enorme lucidez y brillante prosa, Zweig fue capaz de detectar el auge del nacionalismo populista, el peligro del nazismo y la deriva de los acontecimientos históricos que conducirían al colapso del orden mundial existente. En apenas un cuarto de siglo, el Imperio austrohúngaro paso de ser una gran potencia, a desaparecer y quedar reducido a un pequeño país.
Hoy, más que nunca, merece la pena leer a Zweig, pues, con demasiada frecuencia, vivimos aún en el «mundo de ayer» y nuestras estructuras mentales siguen siendo todavía las del siglo XX. Importa ahora releer a Zweig pues, como él, nosotros también estamos viviendo tiempos de intensos cambios en los que las estructuras supuestamente sólidas, se tambalean. Las crisis siempre aceleran procesos de transformación que ya estaban en marcha y, tras la pandemia covid-19, se han afianzado tendencias que ya venían implantándose y que, ahora, han venido para quedarse. Merece la pena leer a Zweig pues pecamos de soberbios con demasiada frecuencia. Basta ver cómo han respondido la mayoría de las naciones occidentales ante la pandemia. Aparcados en una inexplicable autocomplacencia, dejamos pasar dos meses completos desde que en enero se declarase la epidemia vírica en territorio chino para tomar medidas adecuadas, anticiparnos al peligro y protegernos eficazmente. El covid-19 era, en el «mundo de ayer», un problema «de los chinos», algo que no nos podía afectar a nosotros, como si el virus supiera de fronteras, razas o sistemas políticos y en este mundo hiperconectado un problema sanitario pudiese encapsularse en una geografía del globo. Esos errores de cálculo y pronósticos incorrectos están pasando a Occidente una factura de muerte, destrucción de empleo y crisis económica que no encuentra equivalencia en la mayoría de los países de Oriente, donde el número de bajas ha sido mucho menor y la reactivación económica ya está en marcha. No son estos nuestros únicos errores de cálculo.
Hay un gran desfase, un preocupante desajuste entre nuestra idea de cómo es el mundo actual y cómo es, en realidad, el mundo de hoy real. En el «mundo de ayer», la occidental sigue siendo la cultura más cosmopolita del planeta, garante de la estabilidad geopolítica y cuyo patrón de civilización es exportable al resto del mundo, pues sus principios son universales. Allí, todo proceso de modernización es un resultado del libre mercado y la mejora de la calidad de vida material implica, inevitablemente, democratización en las costumbres y occidentalización de los valores.
En el mundo de hoy, en cambio, el poder geopolítico global se está desplazando a marchas forzadas a Oriente, China está pasando de ser una nación periférica a ocupar el lugar central en el escenario geopolítico global y el mundo, en vez de occidentalizarse, se está orientalizando. Lo más preocupante no es que esto sea así, sino que Occidente desconoce en gran medida a Oriente y carece de la voluntad y las herramientas para comprender ese «otro mundo» existente al otro lado del mundo. Los términos y valores occidentales no sirven para comprender y juzgar a Asia. Debemos hacer un gran esfuerzo, individual y colectivo, por reajustar nuestras expectativas a la realidad del siglo XXI si queremos, no sólo, transformar las amenazas, que este nuevo orden plantea, en oportunidades sino, además, sobrevivir en un mundo multipolar y extremadamente competitivo.
Se avecinan grandes cambios y «ayer» era enero. Comenzábamos el 2020 haciendo planes a 12 meses o 5 años, como si nada fuese a cambiar nunca. Refiriéndose a su propia realidad aparentemente maciza e incapaz de resquebrajarse, Zweig escribió: «era la época dorada de la seguridad». Vamos a tener que cambiar todo para que nada cambie y, así, poder mantener la extraordinaria calidad de vida que hemos logrado alcanzar en España. Merece la pena.
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