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Terminaba 'Educados en el racionalismo' (El Diario Montañés del 22 de febrero) señalando que China tiene «unos valores bien distintos y antipáticos con los nuestros», asunto que pretendo abordar en la presente. El modelo chino es un exclusivo conglomerado de autoritarismo, consumismo, ambiciones globales ... y dominio tecnológico, cuya composición nos ofrece la reveladora imagen de una concepción del mundo que los líderes chinos aspiran a modelar.
La guerra fría que EE UU ha declarado a China, con el propósito de frenar las aspiraciones de ésta a convertirse en primera potencia mundial, no es plato de su devoción. Los líderes chinos no van a eludir dicha confrontación, pero preferirían no tener que dedicar recursos y esfuerzos a una guerra que entorpece sus verdaderos objetivos. Objetivos que les permiten conformar su nueva identidad política, de cara a la sociedad china y en sus relaciones con el resto del mundo.
Ante la sociedad china, el régimen está aumentando el riguroso control que ya ejerce sobre ella a cambio de dar pábulo al consumo interno; no solo satisfaciendo las necesidades materiales sino los deseos de los consumidores domésticos. Este consumismo lo promueve también a escala global en tanto que ello favorece sus planes de expansión económica, a la vez que incrementa su influencia mundial. El desarrollo de tecnología avanzada (el sistema 5G es hoy su buque insignia) es el factor clave para garantizar las exportaciones a largo plazo, no solo de tecnología sino de todo lo que esa tecnología hace posible (suministro a mercados, ahora cautivos sino cautivados). El análisis de estos factores permite formarse una imagen de China claramente diferenciada de la imagen propuesta por la propaganda de guerra, manque sea fría.
Empezando por el autoritarismo, lejos de mostrar síntomas de mala conciencia el régimen chino lo ha sublimado. La lucha contra la pandemia del covid-19 les ha dado pie a su exposición como un sistema superior a la democracia liberal. No sólo en términos de eficiencia económica sino de eficacia en el manejo de la cosa pública. El mito de la democracia hermanada al capitalismo, como el sistema que ha producido el mayor desarrollo mundial que han conocido los siglos, se vino abajo con la Gran Recesión de 2010. El desastre económico y social provocado por la pandemia en todo Occidente diez años después parece haber remachado los clavos de su ataúd. Hoy el capitalismo autoritario puede presumir de haberse demostrado más eficaz de cara al futuro, mientras la democracia se ha quedado huérfana.
A pesar del auge del populismo nacionalista a ambos extremos del espectro político, no parece que las democracias occidentales corran el riesgo inminente de cederle el paso y, por la cuenta que las tiene, no están por la labor de dejarse avasallar por China. Cosa distinta es lo que ya está ocurriendo en lo que los dirigentes chinos llaman 'El Sur global': Sudeste asiático, Asia central, África y América Latina. Ya en la época en que Occidente llamaba a esos territorios Tercer Mundo, China actuaba como el líder natural de ese Sur; y nunca lo ha hecho en términos revolucionarios, como la URSS, sino enfatizando el desarrollo económico y la soberanía nacional. Hoy, tampoco promueve la adopción del autoritarismo directo que gobierna en China sino la llamada 'Democracia iliberal'. Ésta está cuajando en múltiples países del Sudeste asiático (Tailandia, Malasia, Singapur, Vietnam); en África (Etiopía con seguridad y otros candidatos como Kenia y Zambia, sin mencionar algo mucho peor: sus dictaduras); en América Latina (todo centroamérica excepto Costa Rica y Panamá, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú); incluso en Europa del Este (Hungría y Polonia).
El principal vehículo utilizado por China es una especie de Plan Marshall, denominado 'Iniciativa de la Franja y la Ruta', basado en un 'Acuerdo Integral de Economía y Comercio' conocido en Inglés como la ruta de la CEDA, evocando la famosa ruta de la Seda que se remonta al s. I. El acuerdo tiene tres vertientes: África, América Latina y Eurasia que se extiende por el Océano Índico y de momento llega hasta Grecia.
En un panfleto titulado 'Imperialismo: último estadio del capitalismo' (1916) Lenin hace una predicción: «El crecimiento del monopolio y la dominación del capital financiero; la exportación de capitales en lugar de productos; la división del mundo colonial entre cuatro grandes potencias; la relación parasitaria de las colonias con la metrópolis; habrá convertido a las naciones en clichés de la lucha a muerte por las ganancias, y a los trabajadores cualificados en cómplices del imperialismo». Pareciera haber sido escrito en 2016 y confirma que, en efecto, el imperialismo es el inevitable último estadio del capitalismo. La gran pregunta es si el capitalismo, divorciado de Occidente y casado con Oriente, también cumplirá esta predicción personificado en China.
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