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Alguien debería decirle al Sr. Chipperfield que eso de taponar una calle para resolver el museo no está bien, porque perjudica a otras personas, a ... quienes vivimos detrás. Como se suele decir, ¡que se lo hagan a él!, a ver qué cara pondría si viese que le cierran la calle donde vive, le dejan sin vistas y sólo queda un reducido paso en planta baja por donde apenas pasa un autobús. Pero lo más llamativo es que ningún representante político, ni en el Gobierno ni en la oposición, dice el más mínimo comentario a este atropello, como si no pasara nada.
Parece que da igual saltarse las normas del Conjunto Histórico del Paseo de Pereda, el Plan General de Santander o que le permitan aumentar la edificabilidad a costa de ocupar el centro de la calle, para allí poner las escaleras. Además la propuesta demanda que la calle se haga peatonal, para así evitar la chapuza que supondría situar las puertas en donde coches y autobuses pasan a escasa distancia, y con dos entradas enfrentadas que animan a cruzar de una a otra.
Reducir la calle a un paso de 4,5 metros de altura, que es poco más que la del dintel de las ventanas en planta baja. ¿Acaso es la única solución posible?, la ocupación del centro del arco crearía un antecedente peligroso y poco halagüeño para la ciudad, más aún cuando es la única vía directa del Paseo de Pereda con la plaza del Río de la Pila y con los barrios de Guevara, Santa Lucía y Río de la Pila, que vamos a quedar mucho más separados de nuestra bahía.
Igual de incomprensible es el hecho de que venga el Sr. Chipperfield a decirnos qué calles tenemos que peatonalizar. Vamos a ser claros: la que le interesa a él y a sus clientes, a costa de lo que sea, de impedir el paso del autobús de Miranda y de dificultar el acceso de muchísimos vecinos y comerciantes que utilizan la calle Sanz de Sautuola, que verían como se les complica la vida de repente.
Puede ser comprensible, e incluso deseable, que el centro de la ciudad se vaya haciendo más peatonal, pero eso habrá de decidirse dentro de una planificación estudiada con tiempo y contando con todos, para acordar qué calles interesa hacer peatonales, semi-peatonales, o las que han de mantener la circulación. Parece impropio que se venga a forzar la peatonalización de la calle por un interés en concreto, parece más razonable que sea el proyecto quien se adapte para que no se vuelva imprescindible.
Me atrevería a recomendar que el futuro museo de Banco de Santander dejase las entradas en el Paseo de Pereda, sería una solución igual de buena, probablemente mejor, y no se metería en estos berenjenales.
Resulta evidente que si se hiciera un concurso de ideas aparecerían otras soluciones igual de válidas que solventarían las necesidades del museo, sin tener que ocupar el centro de la calle. Si se hubiera dicho al Sr. Chipperfield que el espacio del arco se ha de respetar, hubiera planteado su proyecto a partir de esta condición e inventado otro discurso para justificar lo importante de respetar su integridad, dado que es lo que dota de personalidad al edificio y gracia a la calle. Simplemente es cuestión de voluntad el acomodar las diversas colecciones, de cuadros, esculturas, numismática, filatelia, antigüedades, etc., de manera que se corresponda con su distribución.
No es bueno ignorar que existen otras soluciones, ni negarse a conciliar los intereses de todos. Sin buscar otras posibilidades nos quedamos hablando únicamente de la presentada por el Sr. Chipperfield y se niega todo posible debate, que se reduce a hacernos creer que hay que elegir entre cerrar el arco y hacer el museo.
Sin alternativas todo se queda en un sí o sí, en una simple y sencilla imposición. Ni es el único museo posible, ni es obligatorio cerrar la calle, ni el Sr. Chipperfield es el único arquitecto del mundo. Dicen que en esta ciudad nos cuesta mucho aceptar las novedades, sin embargo la realidad certifica todo lo contrario, pues se ejerce una exagerada devoción a todo lo que viene de fuera y despreciamos nuestras propias cualidades. Cabe recordar a nuestro paisano Juan Navarro Baldeweg, arquitecto de prestigio mundial, del que aún no hemos tenido la fortuna de disfrutar de una obra suya en su ciudad natal.
En este desorientado propósito parece que se proyecta mucho el edificio y poco la ciudad, que se piensa mucho en los turistas que van a venir de lejos a visitar el museo, y poco o nada en los vecinos de Santander que nos quedaríamos para siempre viendo la calle taponada. Museo sí, pero calle también. Señores del ayuntamiento, de todos los partidos, no ignoren lo que está sucediendo a la vista de todos, hagan respetar las leyes vigentes, que son para todos, no sólo para cuando nos conviene y reivindiquen mejores alternativas, que por supuesto las hay.
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