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Yo, que soy hijo de Elvis Presley, Bob Dylan, los Beatles, Lou Reed, los Sex Pistols y Joy Division, proclamo que solo Juan Sebastian Bach puede salvar la vulgaridad sonora en que el mundo ha caído. Vayas adonde vayas, restaurantes, tiendas, aeropuertos, autobuses, bares, llamadas ... en espera, suena la peor música imaginable. Es música basura, cuya finalidad es deteriorar tu cerebro, para que no pienses sino que bailes como un zombi. La música que ponen en las franquicias de ropa es deplorable. Gracias a esa música, yo allí no entro. Y el dinero que me ahorro. A veces imagino un mundo en el que sonara Bach y Wagner en cualquier sitio público. Sería un mundo revolucionario. ¿Por qué no es así? Grandes almacenes con Vivaldi y Mozart y Brahms y Manuel de Falla sonando en los altavoces. No es así porque nos dejamos arrebatar el oído. No es así por culpa nuestra, por culpa de los ciudadanos, que no damos batalla.
El otro día me subí a un autobús que iba desde el pueblo de San José (Almería) a la maravillosa playa de Mónsul, y la música playera y pachanguera que sonaba dentro era, paradójicamente, una anulación de la belleza de todas las playas del mundo. Los estetas tenemos los días contados. Somos como los vampiros. Nos arrastramos por un mundo feo y líquido, en donde pedimos la música de Schubert y la voz de Maria Callas y nos regalan un viento de piedras violentas contra nuestros conductos auditivos. Imagínate que entras en un McDonald's y suena el concierto para piano número 2 de Sergei Rachmaninov. ¿Qué pasaría entonces? Puede ser que entonces decidieras morirte de hambre, en solidaridad con la belleza de esa música, y renunciar a tu Big Mac y a las patatas chorreantes.
Hay revoluciones en el mundo que pasan por el amor a la belleza. No hay música en la tierra a día de hoy. Imagínate que estás en una piscina junto al mar, en un resort gama alta. Pongamos que en el Caribe. Y en vez del habitual reguetón sonase el allegro del verano de Antonio Vivaldi. ¿Qué pasaría entonces? Pasaría que tu oído resurgiría de las tinieblas y pediría un mundo según Vivaldi. Hubo un momento en que el capitalismo secuestró la belleza del mundo, que estaba custodiada por la música. Porque la música te habla solo a ti, como si fueses un ser elegido, como si fueses alguien especial. La música te concibe no como un consumidor sino como un ser único bajo las estrellas, un ser llamado a vivir en plenitud. No hay música en el mundo. Pero aún estamos a tiempo no de pedirla, sino de exigirla.
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