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La utilización, o mejor, la manipulación de los hechos del pasado al servicio de la política del presente se ha producido en muy diversos momentos, ... y de muy diversas formas, en la historia de todos los pueblos. Pero, de una manera especial, durante los regímenes dictatoriales en los que la libertad de expresión, también de la historia, se ve coartada.
Ahora que está a punto de inaugurarse la remodelada, o más bien, destrozada plaza de Italia en el Sardinero santanderino -¿qué diría un 'sardinerino' ilustre, como el llorado Jesús Pardo?-, no creo que sea superfluo recordar el origen de tal denominación. Hasta hace algunos años presidía la plaza un pequeño monumento decorado con la cruz de Saboya y las fasces romanas, símbolo del régimen fascista de Mussolini, y una bella inscripción en bronce que decía -estoy citando de memoria-: «A las heroicas legiones italianas, que fraternalmente unidas con los soldados españoles, defendieron con su vida la sublime causa de la civilización cristiana». Imagino que la citada inscripción repose su sueño en algún almacén municipal y no haya sido destruida, pues es un magnífico documento de una época reciente, aunque por fortuna superada, y que debería descansar en un futuro museo de historia de la ciudad.
El nombre de Italia y su interpretación no fue un simple capricho del régimen de Franco, sino que obedecía a una propaganda y manipulación del pasado al servicio del presente muy bien orquestado por ambas dictaduras, la española y la italiana. Y, como prueba, tengo entre mis manos otro bello y desconocido documento, en este caso periodístico, de la época de nuestra guerra civil, que me parece una joya historiográfica. Es un artículo en un periódico italiano de 1937 con el título 'La Spagna di Augusto' y firmado por un tal Goffredo Coppola, un filólogo clásico nombrado poco después por Mussolini rector de la Universidad de Bolonia -los rectores italianos eran nombrados por el Gobierno, algo que imitó después Franco- y que pagó su fidelidad al régimen siendo colgado su cadáver junto al del Duce en la plaza de Milán en 1945. Entre otras ideas peregrinas, este supuesto historiador compara la guerra de Augusto contra cántabros y astures con la que en ese momento mantenía Franco contra los bolcheviques. Estas son sus palabras: «Dieciséis años más tarde, vencidos sus adversarios y finalizadas las guerras civiles, desembarcaron en España las legiones destinadas a conquistar para la civilización Galicia, Asturias y Cantabria; finalmente, en el veintisiete acudió el propio Augusto y durante dos años dirigió personalmente las operaciones militares. En la cordillera cantábrica, en las mismas montañas donde hoy españoles y legionarios (italianos) combaten unidos contra el furor bolchevique, combatió también Augusto y venció en cuatro batallas. Más tarde, su colaborador Marco Vipsanio Agripa domó y cortó de raíz toda resistencia del adversario».
Se advierte muy bien la comunidad de ideas entre el texto de Coppola y la desaparecida inscripción de la plaza de Italia: el hermanamiento entre las legiones italianas y los soldados españoles y su lucha en favor de la civilización frente al 'furor bolchevique' que identifica con el de los 'incivilizados' cántabros. El que la inscripción se ubicase en Santander tiene una fácil explicación. Poco después del desastre de la batalla del Escudo -los italianos la denominaron la 'batalla de Santander'-, donde murieron varios cientos de soldados italianos, las tropas de Franco mandadas por Dávila, y en las que figuraban numerosos legionarios italianos, entraron triunfalmente en Santander sin apenas oposición militar. Así lo narró el entonces corresponsal de guerra en España, el joven y después famoso periodista Indro Montanelli. Por este motivo fue cesado en el cargo, porque Mussolini quería presentar la conquista de la ciudad como la gran venganza de las heroicas legiones italianas de los caídos en el Escudo unos meses antes.
La plaza de Italia, con sus símbolos fascistas, tuvo como finalidad conmemorar estos hechos bélicos de acuerdo con la interpretación impuesta por Mussolini, y muy bien recogida por el pseudohistoriador y rector de Bolonia, y la desaparecida inscripción. Mussolini demostró el agradecimiento con la foto, firmada de su puño y letra, que donó a Santander y que aquí reproduzco gracias al CDIS. Hoy en día, España e Italia son dos países democráticos y amigos, y por ello soy partidario de mantener el nombre , tanto como testimonio del pasado como demostración de la realidad presente, aunque se pueda añadir en la correspondiente placa: «Antes plaza del Pañuelo».
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