Quien al nacer nubló el sol

A petición de la afición, Ramón María del Valle Inclán (1866-1936) ha prometido revivir por un rato para tomarse un viniño con los amigos santanderinos. El ribeiro en tazón de loza blanca levanta suspiros de aprobación. Todo en plan muy virtual. Pero tan real que viene a ser como la verdad de la misa. En carroza de calabaza, talmente que Cenicienta, el inventor del esperpento comparece puntual, repartiendo a barullo con la mano que salvó del duelo lujosos ejemplares de 'La Adoración de los Reyes'. Que, incomprensiblemente, los gallegos en Santander, que tantos son y tan animosos, no han editado para felicitar las Pascuas. Sirva de aviso para la próxima.

El relato navideño no cabe entero en este rincón. Baste para abrir boca los versos de recibo: «Vinde, vinde, Santos Reyes / Vereil, a joya millor, / Un meniño / Como un brinquiño, / Tan bunitiño, / Qu'á o nacer nublou o sol!».

Con sus coronas y capas, Melchor, Gaspar y Baltasar llegan en vistosísimos camellos y con sus pajes y demás cortejo se arrodillan para adorar al niño Dios. «¡Éste es! ¡Nosotros hemos visto su estrella!», exclaman mesándose las barbas; al tiempo que depositan sus dones, el oro, el incienso y la mirra. Y cuando, tras besar los desnudos pies del Niño, salen de Belén se oye un remoto cantar, que a dos voces aconseja: «Camiñade, santos reyes / Por camiños desviados, / Que pol'os camiños reas / Herodes mandou soldados». A su modo, el gallego confirma la argucia medieval: para confundir a los matarifes de Herodes, los Magos mandaron errar de revés los camellos. Y a fe que les despistaron.