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Paseo Marítimo de Santander, donde casi siempre. «Mirad a esa pollita, qué pizpireta va», oigo desde el banco que suelo ocupar algunas tardes sin lluvia ... en la compañía de una estilográfica y un cuaderno de notas. Levanto la vista, sorprendido por la expresión arcaica, porque no sé quién habla ni a qué o a quién se refiere, y veo a tres señoras, ya de mucha edad, cuyas miradas se fijan en una mocita de andares graciosos y ligeros que camina junto a la mar. 'Pollita', en alusión a una adolescente, es una palabra tan en desuso que no recuerdo haberla escuchado nunca en directo, aunque sí pizpireta. Los tiempos en los que 'pollita' era de uso relativamente habitual quizá se remonten a la primera mitad del siglo pasado. A un joven se le llamaba pollo -«mire usted, pollo», se dice en antiguas películas españolas- con lo que pollitas eran las más jóvenes.
Son voces que aún figuran en el diccionario en el mismo sentido, el de hombre o mujer joven, si bien en este último caso la RAE advierte de su preferencia por el diminutivo pollita. Si el chico, además, era presumido, se añadía 'pera'. Es decir, pollo pera. Así lo recoge el 'chotis del feo': «en cambio yo, que nací un pollo pera», y se centra en el hecho probado, al parecer, de que los feos se llevan a las guapas. El chotis califica a la mujer de 'gachí', 'cañón' y 'monumento', ante la reprobación actual, supongo. Hay grupos que presionan para suprimir las palabras que no les gustan, y si bien la RAE muestra su acuerdo en lo peyorativo de alguna de ellas -'gitanada' o 'judiada', por ejemplo-, y lo hace constar, las mantiene porque la palabra es memoria, y si la destruimos, nada nos diferenciará del radical que derriba con las estatuas su propia historia.
No es el caso de pollo pera o pollita, dichos cursis y simpáticos que creí erradicados, mas no son términos de la región sino castizamente madrileños y zarzueleros. Oírlo aquí, sin embargo, hizo que retrocediera unos años en el tiempo, sin cambio de lugar ni situación. Tarde de verano. Pasea una chica, otra chica. Una señora la mira y exclama: «Qué joven tan lucidota», lucida en superlativo. Es también una palabra, esta sí nuestra, utilizada antes, olvidada después, y no sé con exactitud qué significado se le puede dar hoy, pero no parece que vaya en la acepción académica de quien hace las cosas con donaire, liberalidad y esplendor, sino más bien el de la muchacha de aspecto lozano, de todo menos delgada, aunque no metida en carnes. Escuché ayer con una sonrisa la palabra 'lucidota', la misma sonrisa que esta vez me produjo 'pollita'.
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