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Terminaba la tribuna anterior, 'Nacionalismo made in USA', señalando que el nacionalismo de extrema derecha está creciendo en todos los países de la Unión Europea y la derecha tradicional parece resignada a pactar con ellos para poder gobernar. La gravedad del asunto creo ... que no se le escapa al lector atento. Es preciso señalar que esto es lo que aconteció en la década de los años treinta del siglo pasado con el resultado de guerras civiles y la Segunda Guerra Mundial. Cierto, para que ello ocurriera la extrema derecha tuvo que convertirse en el partido hegemónico de la derecha; la coalición con la derecha les abrió las puertas de par en par. Una vez más se está jugando con fuego.
La sempiterna miopía de la condición humana juega estas malas pasadas. En Polonia, pero especialmente en Hungría, ya son partidos hegemónicos; en países como Holanda y Austria forman parte de la coalición de poder y cualquier día nos dan la sorpresa. Holanda, Austria y Hungría son países relativamente pequeños y la Unión Europea mejor que peor consigue neutralizarlos ¿Pero qué ocurriría si ello sucede en uno de sus países más grandes como Francia? No digamos ya si a esta se une Italia, que va camino de lograrlo en las próximas elecciones generales. Tendríamos que el segundo y el tercer socio de la UE estarían gobernados por la extrema derecha. Lo que entonces tendría grandes probabilidades de ocurrir es que la Unión se parta en dos: los partidarios de la Europa de las Patrias versus los partidarios de unos Estados Unidos de Europa.
Inglaterra, Rusia y Estados Unidos (quién sabe si para entonces reconquistados por el trumpismo) se frotarían las manos ante la división de una Europa así condenada a renunciar a su voluntad de hablar de tú a tú con China y EEUU. De nuevo, no huelga señalar que Estados Unidos, Inglaterra y Rusia se coaligaron para ganar la Segunda Guerra Mundial en Europa. Churchill justificó aquella verdadera coalición-Frankenstein explicando que la política hace extraños compañeros de cama ¡Tanto más en política internacional!
Pero volvamos a la Europa del siglo XXI. Los partidos de extrema derecha que votan juntos en el Parlamento Europeo, partidos entre los que cuento a Vox, tienen una serie de características comunes a todos ellos: manifiesta hostilidad hacia los inmigrantes de países no europeos; rechazo a los musulmanes, inmigrantes o no; teorías conspirativas contra todo lo que huela a élites políticas, económicas y sociales; practicantes de la guerra cultural contra todo lo que se opone a la cultura tradicional -divorcio, aborto, homosexualidad, feminismo...-, guerra donde se mezclan religión y política descaradamente; ultranacionalismo y desconfianza euroescéptica hacia la Unión Europea; en el caso de España hay que añadir los ataques a la educación pública. Finalmente, aunque cuido de no utilizar la etiqueta de fascistas, sus actitudes ambiguas ante el fascismo histórico (años 30 del siglo XX) ya sea el gobierno de Vichy en Francia, Mussolini en Italia, Franco en España y el nazismo en Alemania y Austria.
Durante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas de 2002, ante el riesgo de que el Frente Nacional de Le Pen-padre ganara la presidencia, el resto de los partidos se pusieron de acuerdo para impedirlo. En la vecina Italia Forza Nuova había tomado cuidadosa nota de la ascensión de Le Pen, pero su derrota la frenó en seco. Veinte años después, ese consenso democrático hace agua por todas partes. Entretanto, cuando estos partidos introducen cambios cosméticos en sus programas para resultar más apetecibles al electorado aledaño sus bases se rebelan contra ellos, se abstienen de votar o votan al partido aledaño. Acabamos de comprobarlo en Francia y poco antes en España e Italia. Ahora bien, este proceso de adecuación es una carretera de dos direcciones, los partidos de la derecha tradicional también han adoptado propuestas políticas originalmente defendidas por la extrema derecha, con objeto de volver a capturar los votos perdidos a sus manos. Dos ejemplos: en Francia, el ministro del Interior de Macron ha afirmado que él tiene una postura más dura frente al islamismo que Marie Le Pen; en Dinamarca, se ha llegado a un acuerdo con Turquía para que se haga cargo de los refugiados sirios que aquella venía acogiendo, mientras se propone reducir a cero nuevas acogidas en el futuro.
En cualquier caso estamos asistiendo a una degradación del sistema democrático. Los extremos, dudosamente democráticos si los comparamos con los tradicionales términos de la democracia liberal, parecen dirigirse a una especie de democracia plebiscitaria sin clara separación de poderes. La evidencia más palpable al respecto la encontramos hoy en Hungría y Polonia. Digo los extremos, en plural, porque la extrema izquierda también cojea del mismo pie; de esto hablaremos la próxima semana.
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