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Les voy a explicar, sin pretender convencerles, por qué creo que la televisión juega sucio. Existen dos maneras de ir a ver el espectáculo de un mago y, me atrevo a decir, que sólo una es la manera sana de hacerlo. La primera, la nociva, ... es tratar de pillarle los trucos, intentar adivinar dónde ha escondido la paloma y en qué momento previo del show ha hecho el artista un movimiento forzado yéndose con poca justificación a un lado del escenario mientras nos enseñaba una ristra de pañuelos saliendo de su manga para colocar el naipe que, un rato después, aparecerá atravesado por un cuchillo.
La segunda manera incluye una suspensión de la realidad y un divorcio temporal con tu inteligencia, poca o mucha, aquella que se activa cuando algo aparentemente inexplicable aparece en tu vida para que trates de darle contexto y lógica. La segunda manera, la más sana, de ver a un mago es aquella en la que dejas que te sorprenda más allá de saber que, obviamente, no es mago como los de los cuentos, sino alguien que ha maquinado hasta el más leve movimiento de su varita para sorprenderte y, sabiendo que es un constructo, dejarse llevar por él para asegurar el disfrute.
En el fondo ya lo hacemos cada vez que vamos al cine, suspendemos el conocimiento previo de que, lo que estamos viendo, no es sino una sucesión de imágenes fijas proyectadas a determinada velocidad y cortadas y montadas de una manera determinada para provocarnos determinadas sensaciones. Es una mentira aceptada, asumida, sabida. Igual que sabemos que el mago no saca rayos por los dedos sabemos que esa historia en la que Popeye Doyle persigue a Fernando Rey por el metro de Nueva York no ha ocurrido de verdad, que Fernando Rey no es francés, que Popeye se llama Gene y sale en otras películas y que alguien, Friedkin, ha diseñado cada plano para que nosotros le concedamos un rato de ignorancia a cambio de hacernos clavar fuerte los dedos en la butaca. Es un intercambio, cada uno conoce el precio y lo paga encantado. Ni que decirles de las vueltas que da un escritor a cada párrafo, a cada palabra para lograr en el lector la reacción deseada y cómo el lector hace el acuerdo de dejar de pensar en la mente del escritor maquinando cada palabra para simplemente, dejarse llevar por la historia.
Los magos, el cine y la literatura juegan cartas descubiertas con la mentira, le dicen a quien los consume que son mentira y que, a pesar de ello, con su ayuda, van a conseguir hacerles vibrar. Por eso la televisión me parece ventajista y tramposa. Porque juega a lo contrario, a decirnos que son la verdad, que son la vida retransmitida para nosotros y, les aseguro, que es aún más tramposa que el chaleco con purpurina del más pobre mago de barraca que puedan encontrarse.
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