Secciones
Servicios
Destacamos
Los indios del Perú tienen una palabra en quechua, 'yapa', que significa 'ayuda' o 'aumento' y que ha dado en español 'ñapa', con el sentido de 'añadidura, especialmente la que se da como propina o regalo'. Esta voz pasó al francés colonial de Nueva Orléans ( ... donde se vendían las cervezas que se producían en Santander a finales del siglo XVIII), como 'lagniappe', y de ahí al inglés, donde Mark Twain la comenta en su 'Vida en el Mississippi'. Allí lo toman como propina o bonus, el detalle que el comerciante tiene con un cliente.
Quizá como un signo más de esa profundidad de nuestra historia, que podemos estimar dramática, pero no inferior, ahora lo que funciona es el sistema de las ñapas, que ya veremos cómo se irá recomponiendo cuando nos empiecen a vacunar.
Precursor de todo ello fue, sin duda, el Emérito, que se ha revelado como un presunto especialista en ñapas o 'añadiduras'. Le van apareciendo cuentas millonarias por toda la pantalla de Google Maps, ya fuera del periodo jurídico en que podía haber crucificado al cocinero por una sopa sosa sin ser llevado a juicio. El año próximo se rememora el 90 aniversario de la proclamación de la Segunda República o, igualmente dicho, de la marcha de Alfonso XIII, que ya jamás regresó a La Magdalena a jugar al polo. Nueve décadas más tarde, el nieto anda por ahí afuera, como andaba el abuelo. Alfonso también fue un capitalista emprendedor, con numerosas inversiones que en general le fueron bien, aunque muchas las perdió al exiliarse. (Una nota del Ministerio de Hacienda, dirigido por el socialista Indalecio Prieto, en mayo de 1931, se quejaba de que «entre los inmuebles figura valorado el palacio de la Magdalena con 74.649,45 pesetas, cifra a todas luces exigua en comparación con su valor real»). Pero el nieto emérito parece, más que inversor, consumidor. Se sentía con derecho a ello, mientras sus gobiernos perseguían a cualquier pobre diablo que hubiera hecho mal la declaración del IVA.
En el concepto quechua de ayuda o aumento, no hay otro recurso económico a corto plazo que no sea la ñapa: desde los prometidos 140.000 millones de euros de Bruselas, de los que Cantabria ha pedido 2.700 millones, no sabemos si a boli o a lápiz, hasta los cheques resistencia, descuentos fiscales, préstamos con carencia, ertes y demás, todo son ayudas y aumentos. Unas ñapas es lo que andamos ahora negociando ante el depresivo Presupuesto del Estado de 2021 para Cantabria. Un Presupuesto que crece en casi todo menos en nuestra región.
Las ñapas son agilizar las obras ferroviarias de Palencia-Alar del Rey, que llevan 'desagilizadas' desde junio de 2018. El desagilizador que lo agilice, buen desagilizador será. No pretenda usted saber cuántos cántabros en paro conseguirán un empleo el año que viene gracias a que en noviembre se ponga una primera traviesa de dos tramos en la provincia de Palencia. Del tren con Bilbao ya ni se habla, porque todos saben que no se hará jamás. Sin embargo, ha sido reclamo para miles de patos que acudieron a ese estanque al oír el pitido del jefe de estación. Ahora viramos hacia el sur a toda máquina. Somos patos con mal sentido de la orientación.
El objetivo de las ñapas es menos la economía de Cantabria que su escenografía política. El asunto central no es el poder hacer, sino sólo el poder decir. La ministra de Hacienda, que nos ha troleado en el IVA de las mascarillas, pero que en todo lo demás es fiabilísima, promete ñapas bastantes y que el pisotón con el tacón de aguja fue sin querer. Esperemos que no se haya quitado la mascarilla para ponerse la máscara.
Y es ñapa el presupuesto nacional mismo: ayuda, añadidura. El Bloque de Investidura lo saca adelante y con ello supera su absurdo metafísico de 2019, que aquí tuvimos ocasión de comentar: eliges un presidente y luego no le dejas gobernar; aclárate. Ahora los que se querrían ir de España no sólo se tienen que quedar, sino que además han de votar el Presupuesto de la patria común e indivisible. Así salva a España el lugarteniente del que está preso por declararla difunta, y aprueba el presupuesto de la Casa Real española el que proclamó la república catalana.
Ñapa antológica, como la de los indigenistas vascos que socorren a España y yo creo que hasta se van a venir arriba, porque los vascos siempre fueron creadores de lo español ya desde la Reconquista. De poner bombas a poner enmiendas, de proclamar la república a proclamar el tren de cercanías. Ahí va.
Se sulfura el liberalismo naranja contra esta ñapa de Frankenstein. Pero no pactó con el PSOE cuando sumaban 180 escaños y podía neutralizar a los centrífugos. Ahora quiere arrimarse a quien ya tiene amistades arrimadas de sobra. Y nuestro regionalismo, que acepta ñapas hipotéticas a ver si corrige su error de segunda investidura, está dando una ciaboga que ni la trainera de Pedreña en su mejor regata. Ojalá sirva para algo, aunque el paso de los años le vuelve a uno escéptico. Todas las preguntas del periodista se resumen en una: «¿En serio?».
Resulta que el otrora Rey llenaba las faltriqueras lejos de los inspectores de Hacienda y, en cambio, quienes atornillan ahora la nación son los que venían con el destornillador a desguazarla. Hoy se lo justifican a sí mismos por táctica (no dar cancha a las derechas); mañana por estrategia (es que esto de la independencia va para largo); y pasado por convicción, pues habrán entendido lo que es España, esto que decía María Zambrano que es más y menos que una nación, «la semilla de un continente».
Queda la pregunta de siempre. Cuál es la ñapa, aumento o añadidura que nosotros ofrecemos a España. Una vez lo determinemos, no habrá que mirar con lupa todos los años el Presupuesto estatal. Sabremos lo que viene... antes de que lo escriban. Y no será una ñapa.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.