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Heráclito decía que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río como ejemplo de que nunca somos los mismos, que todo fluye y que el propio hecho de existir produce cambios en nosotros.
Mi hija cumple 12 años y resulta inevitable repasarse a ... uno mismo a través de los años de los hijos. Su llegada provoca que ya nada sea igual, que de alguna manera, al abrir sucursales de tu estirpe, el foco gire y vuelvas a la casilla de salida para experimentar lo vivido en primera persona a través de otros, de ser narrador protagonista a narrador testigo, de Sherlock Holmes a Watson.
Y se da una mezcla extraña entre lo que viven ellos, cómo lo recuerdas tú y cómo, ahora, desde la madurez, lo vuelves a sentir. Ese río en el que te sumerges de nuevo y el agua está más cálida, pero tu cuerpo más frío, porque ya conoces hacia donde vamos, ese apasionante viaje hacia la nada que vertebra la existencia.
Heráclito me ha llevado de manera natural a Juan Goytisolo y su poema 'Palabras para Julia'. La primera vez que lo leí en COU pasó por mí de manera imperceptible, todavía no le había encontrado la espita a la poesía y no razonaba demasiado sobre el camino. Después, durante los años previos a la paternidad, lo fui leyendo en clase, intentando suplir al poeta en su intención para mostrar a los adolescentes lo que les estaba por venir, pero más como juglar que otra cosa. Y llegó el 2009, ya padre, y fue distinto, muy distinto. Al recitarlo, vi a mi hija en sus rostros y me emocioné bastante, se me quebró la voz y el alumnado asistió a uno de esos momentos catárticos que la vida nos regala, todos con los ojos como dibujos japoneses, abrazándonos en el sendero, sabiendo que en esto de la vida solo hay una dirección y hacia ella vamos todos.
Y hoy, desde que me he levantado, estoy atropellado por las sensaciones de saber que se hace mayor, que el mundo está ahí fuera y que ella está intentando devorarlo, tras ese aullido interminable que ya le brota, y compruebo que mi pequeña se ha convertido en la Julia que todos fuimos en algún momento, y que el testigo, una vez más, quedará en buenas manos.
La vida se abre paso, como debe ser, y este narrador testigo avanza también hacia el momento en el que seremos narradores en tercera persona, que cuando lleguen los nietos, nuestro conocimiento de los acontecimientos ya será total. Eso es todo: narrar, y que haya gente que te escuche, que siempre haya gente que te escuche. Felicidades, Julia.
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