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La sociedad cambia, y cambian las costumbres, y los ritos, y las ceremonias; y se modifican las relaciones personales; y también mutan los valores. Entre esas transformaciones, algunos símbolos desaparecen, otros se modifican y también surgen algunos nuevos. Este proceso es común a todas las ... sociedades y culturas, pero en el mundo actual los cambios son rápidos y drásticos. La globalización también afecta a nuestros códigos simbólicos.
En relación con los símbolos de la Navidad, se puede observar una mezcla de símbolos sagrados y profanos; de nuestra costumbre cultural y de otras tradiciones; de nuestros abuelos y de la más reciente moda; vemos valores de fraternidad junto con la lógica comercial. Sí, se comprueba la existencia de pluralidad, de diversidad, de mezcla, de sincretismo religioso. Esta amalgama de símbolos, significados, valores, objetos y relaciones sociales que rodean a la Navidad provoca que muchos no sepan distinguir unos símbolos de otros; a algunas personas –a las no indiferentes– les produce desconcierto, también hay quien se siente molesto por esa mezcla. Este último grupo argumenta que en el revoltijo simbólico de las fiestas navideñas triunfa el más negativo, egoísta y superficial: el comercial; es decir, se impone la lógica fría e interesada del intercambio económico.
Las navidades se han convertido en una orgía del consumo. El protagonista ya no es el Portal del Belén y el Nacimiento, sino el centro comercial y los objetos-deseos que en él se pueden comprar (por cierto, sospecho que muchos de los que se declaran muy preocupados por el cambio climático se encuentran felices cuando salen de la tienda llenos de paquetes con mil objetos envueltos en preciosos papeles con imágenes de renos y campanillas).
Como he anunciado en el título, me detengo en el símbolo navideño de la luz y el calor. Su riqueza simbólica es extraordinaria: alude al ciclo y a la lógica de la naturaleza, habla de las necesidades humanas y de múltiples facetas de las relaciones sociales. El mito, el relato y la historia surgen y explican esa luz-calor fundamental. La fuerza simbólica se comprueba al observar que trasciende a las tradiciones culturales y religiosas.
La luz y el calor, unidos y a la vez separados, están en el origen y, al mismo tiempo, constituyen la base y el fundamento de la sociedad. Según el Génesis: «Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad». En la tradición cristiana la luz significa vida, nacimiento; es símbolo de la presencia divina, y alude a la verdad, a la pureza. La fuerza de la luz acaba con la oscuridad del pecado. La luz divina orienta e ilumina el recto camino, mientras que en las sombras habita el mal, el pecado, el peligro. La dualidad es rotunda. En el ritual de la Iglesia, el candelabro con la vela encendida simboliza la manifestación divina. La luz de la llama, como la zarza ardiendo que ve Moisés, es la representación de la divinidad. Por otra parte, el nacimiento se corresponde con el solsticio de invierno: nace el «sol invencible», el astro que da luz-vida-calor comienza a ascender y a derrotar a la oscuridad, al frío. El nacimiento del Niño Dios significa la salvación. Además, también es una luz, una estrella, la que muestra el camino a los Reyes Magos, la que se detiene en lo alto del pesebre para señalar el lugar donde ha sucedido lo extraordinario y, además, para manifestar que el Dios redentor es la luz que sirve de guía.
En los primeros pasos del ser humano el descubrimiento del fuego es fundamental. El fuego (su producción y su conservación) es clave para sobrevivir y para formar grupo. El fuego calienta y da luz, amplía el tiempo disponible para llevar a cabo otras actividades; el fuego es un arma, y también sirve para transformar el espacio y los objetos. Y posibilita conquistar otros territorios y adaptarnos a otros medios. La hoguera y su luz derrotan a la noche, y proporcionan seguridad al terminar con el miedo a lo desconocido, a lo que no se ve. El fuego nos convierte en seres autótrofos, nos convertimos en cocineros, explica F. Cordón. Y al ampliar la dieta el ser humano adquiere más recursos, y con ellos nuevas capacidades y fortaleza para sobrevivir. El leño encendido y su calor forman el primer hogar; alrededor de su círculo de luz se une el grupo y se forma la sociedad: se cuentan historias, se recuerdan las tradiciones, se comparte el alimento, se canta. Y la imaginación se expande al observar el mágico movimiento de las llamas en medio de las sombras.
Decimos «el calor del hogar». Y hogar es la casa, la vivienda de la familia, y también el espacio donde se enciende el fuego. Ambas acepciones se mezclan. Es en la casa familiar donde encontramos el calor del afecto, el apoyo incondicional de los nuestros. Y generación tras generación nos hemos sentado junto al fuego y las diversas generaciones hemos compartido el alimento. Ese calor del abrazo fraterno y esa comida comunitaria nos da fuerzas para continuar. Por el contrario, cuando salimos al exterior comprobamos que hace mucho frío; fuera de nuestro hogar predomina el frío de la competencia, del egoísmo, del sálvese el que pueda. Concluyo. En mi modesta opinión, necesitamos la Navidad, aunque en muchas ocasiones se nos olvide su significado.
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