Navidad sin, Navidad con

Debido a las circunstancias que desde hace meses obligan a cambiar el paso, este año recordamos con nostalgia las navidades sin. Es decir, sin mascarillas destinadas a proteger al prójimo de la posible transmisión de un virus y también a protegernos de alguien que lo ... tenga; sin dispensadores de gel hidroalcohólico, con el que nos hemos lavado las manos en el actual calendario más veces que durante los de nuestra existencia; sin tener que mantener en cualquier lugar y coyuntura tanto pública como privada la famosa «distancia social», repelente porque va contra natura (y lo que va contra natura repele siempre por suscitar montones de preguntas que carecen de respuesta digerible); sin frenazo a la hora de abrazar a un enemigo apelando a que la Navidad constituye, según indica el villancico, el eterno símbolo de la Paz y el Amor; sin tener que limitar en casa el número de personas que acudan a la cena familiar de Nochebuena y a la de Nochevieja y a las comidas de Navidad y Año Nuevo, tan entrañables, llenas de agradables momentos y típicos tópicos, convertidas esta vez en algo muy rarito; sin poder compartir, pues los expertos en la materia sostienen que el maldito covid-19 permanece al acecho incluso en los detalles en apariencia insignificantes, que todo puede ser materia de inmediato contagio... En cambio, viviremos una Navidad con. O sea, con mascarillas, con gel hidroalcohólico, con «distancia social», con limitación de asistentes a las celebraciones... Está claro que entre el sin y el con hay un abismo. ¡Lo que puede cambiar el destino de un diciembre a otro! ¿Reflexionaremos? Tras padecerla, ¿aprenderemos de una experiencia así de inolvidable?