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El tremendo conflicto bélico que se desencadenó en el protectorado español de Marruecos a principios del verano de 1921, ocasionó enorme dolor y consecuencias imprevisibles, políticas y económicas, de abismal calado para nuestro país. En síntesis: el advenimiento del directorio militar presidido por Primo de ... Rivera, el cierre de las Cortes Generales y, finalmente la proclamación de la II República, con la salida de España del rey Alfonso XIII, hay que buscarlo en este luctuoso suceso. Incluso nuestra enajenante y fratricida guerra civil de 1936, hunde aquí sus raíces.
La aspiración de independencia pretendida por la zona de la costa norte de Marruecos, rebelándose contra a la autoridad del Comisionado Español e incluso del sultán de Marruecos protegido por España, ocasionó un gran derramamiento de sangre. La guerra duró hasta 1927, tras el desembarco hispanofrancés de Alhucemas. Los muertos se contaron por miles, se habla de 10.000 soldados de cupo españoles, solamente en el inicio de la contienda que de forma genérica se denominó el 'Desastre de Annual', por la aniquilación de este campamento, a lo que siguió la perdida de otras posiciones, como si de un castillo de naipes se tratase: Monte Arruit ,Tizza ,Gurugú, Nador, etc.
En septiembre de 1921 se rumoreaba en el cuartel de María Cristina, situado en el Alta de Santander, que tropas de ese regimiento podían ser enviadas a Marruecos, y así fue. El batallón de Valencia, integrado por tres compañías de infantería y una de ametralladoras fueron dispuestos para el viaje. En total, España movilizó 40.000 soldados.
En Santander, los periódicos de la época -'El Cantábrico', 'El Diario Montañés', 'El Pueblo Cántabro' y 'La Atalaya'-, relatan la bulliciosa despedida que tributó la ciudad a sus soldados, buena parte de ellos jóvenes de la mili, cuando en esa época el servicio militar duraba tres años. La banda municipal y los discursos de despedida de las autoridades civiles y religiosas daban ánimo a los soldados, que intuían el peligro que iban a correr. Algunos nunca regresarían. El tren militar de Santander a Almería tardó 60 horas. Allí cogieron el barco 'Romeu', que los desembarcó en Melilla, donde iniciarían su odisea y bautizo de fuego, unos episodios de éxito y otros de luto.
Cantabria se volcó en ayudar a sus jóvenes 'quintos' poco preparados para una guerra. Se constituyó una junta patriótica integrada por personalidades y autoridades de la ciudad y presidida por su alcalde Luis Pereda Palacio. Se dispuso un representante de Santander en Málaga para tener informadas a las familias de la marcha de la campaña, que no siempre trajeron buenas noticias y les hicieron llegar algo de dinero, cartas o algunos alimentos y muchas cajetillas de tabaco, que era muy demandado por los jóvenes. Incluso Casimiro Tijero se fue a vivir a Melilla para poder cuidar de su hijo soldado, al mismo tiempo que se convirtió en enlace informativo de cuantos se lo demandaron.
Los redactores de nuestros periódicos locales Ezequiel Cuevas, José del Río 'Pick', Malumbres, Segura, Bedia y el fotógrafo Quintana se convirtieron en pioneros corresponsales de guerra, y dejaron testimonio de la dura situación en que lucharon, los sacrificios que debieron afrontar, las largas caminatas, así como el dormir directamente sobre el suelo en ocasiones o la sobriedad del 'rancho', tanto en alimentos como en agua potable. A lo largo de los meses fueron llegando nombres de montañeses heridos graves, leves o simplemente bajas por fallecimiento. Si se recibía un tiro en la cabeza, tórax o abdomen, prácticamente se daba por muerto. Los montañeses dieron muestra de una valentía extraordinaria, pero al recuperar terreno les llenó de furia el ver tantos restos humanos víctimas de escarnios, y bárbaras mutilaciones. Hay que recordar que en Monte Arruit faltos de agua y municiones, depuestas las armas y pactada la rendición, el enemigo incumpliendo toda ética militar mató y mutiló a muchos jóvenes, desvalijándolos de cualquier cosa de valor.
Algunos de nuestros soldados fueron condecorados o ascendidos: un sanitario recibió la Cruz Laureada al defender a sus heridos, pistola en mano, mientras que los restos de otros militares que perdieron la vida reposan en el cementerio de La Concepción de Melilla.
La junta patriótica montañesa recaudó fondos suficientes para comprar a Francia un aeroplano que le bautizaron con el nombre de 'Pedro Velarde'. También encargaron a la fabrica de Corcho tres vehículos de motor-aljibes para hacer llegar agua a la tropa, e incluso con la ayuda de la colonia de montañeses en América, compraron 2.000 ponchos impermeables que fueron remitidos a la tropa para el invierno.
Llegaron las Navidades de 1921 y la junta ciudadana les envió un tonelada de alimentos y tabaco. En esa Navidad se juntaron aquellos reclutas, ahora forjados en la disciplina y rigor de la campaña. Y lo celebraron con su teniente coronel Ordóñez y el capitán López Dóriga, los cabos Uzcudum y Jado, y los soldados Corcho, Ballesteros, Ruiz, Sáinz, Aguilera, Pesquera, Güemes, Cos ,Saiz, Gallo, Gutiérrez Colomer, Cobo, Navarro, Arce y el ciclista Amalio Fernández.
Y en la memoria de aquellos jóvenes cántabros perduraban, con dolor, las hazañas de sus héroes muertos: J. Cordero Arronte, F. Álvarez Corral y J. M. Gutiérrez Calderón Sojo, entre otros. Se dieron las gracias a los jefes y oficiales que iban llevando a buen término la campaña y se reconoció a los miembros de la sanidad militar -cirujanos, enfermeras de la Cruz Roja, practicantes, sacerdotes castrenses-, y como no podía ser de otra forma, se agradeció a los ciudadanos de Santander, que a través de la junta patriótica montañesa, tutelada por el Ayuntamiento, les facilitara el permanente contacto con sus familias y su tierra. Se necesitaron cinco años más de guerra, con lo que implica, para alcanzar la paz.
El soñador de la 'República Independiente de Rif', que tantas vidas costó, vivió durante muchos años, con su familia, confortablemente en el exilio.
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