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En las últimas semanas ha sido de especial relevancia la puesta en público de la última iniciativa de OpenAI: ChatGPT. Se trata de una aplicación que implementa un modelo de lenguaje entrenado para responder preguntas y mantener conversaciones de manera similar a las que se ... tendrían con otro ser humano. La inteligencia artificial que utiliza le permite analizar el lenguaje y generar respuestas tal y como lo hacen Alexa, Siri o Google Assistant, pero de una forma asombrosamente más fluida y natural, capacitándole para interactuar y proporcionar información o ayuda en diferentes temas.
Las voces que se han dejado oír desde su lanzamiento han manifestado sorpresa e inquietud en partes iguales: expertos de prácticamente todas las disciplinas se han abalanzado a comprobar las bondades de este «nuevo juguete» y las respuestas no se han hecho esperar: ¡hasta parece que funciona! Y no tanto por las respuestas que ChatGPT ofrece -que son razonablemente buenas-, sino por cómo se desenvuelve durante la sesión de preguntas y respuestas: rapidez para contestar, gestión adecuada del hilo de la conversación, precisión si se le pide y hasta un toque de humor agregado.
Y funciona tan bien que, digerida la sorpresa, se ha pasado a la inquietud. «¿Y ahora qué?». «¿Nos reemplazará?». En el campo de la educación una pregunta recurrente siempre ha sido «¿Y ahora cómo hacemos para detectar si un alumno ha hecho realmente el trabajo que le corresponde?». Inquietud frecuente que no nueva porque, seamos realistas, ese escenario existía ya desde antes de ChatGPT, antes de Google, antes de la web y antes de internet. Cierto es que a lo mejor no con esa velocidad, pero si alguien quería hacer un uso inadecuado, ya podía hacerlo.
Pero démosle la vuelta... ¿Qué es realmente hacer un trabajo? ¿No es acaso entender lo que se quiere investigar, documentarse, trabajar y filtrar la información? ¿Y no es a lo largo de este proceso que se va adquiriendo el criterio? ¿Qué tiene de malo reducir la barrera de acceso a la información? (que, dicho sea de paso, es uno de los objetivos que pretende la web desde sus inicios).
La tecnología es neutra: lo malo está en un uso inadecuado de la misma. Nos toca a los docentes estar al tanto de esta componente tecnológica para ser capaces de incorporarla a nuestras respectivas dinámicas y niveles de aprendizaje.
Y recuerden que los padres también somos docentes...
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