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Es muy conocido el dicho de que el niño lleva abrigo cuando la madre tiene frío. Pues en España nieva y hace frío cuando lo padece la capital. Claro que eso tampoco es nada nuevo. Lo mismo podemos decir de otras tantas cosas, que no ... acontecen hasta que ocurren en la capital o hasta que no aparecen en los medios de comunicación. Desde que tengo conciencia, que no será mucha, monopolizan los noticieros por diferentes razones, antes el País Vasco, después Cataluña y siempre Madrid.
Tino, junto a la cocina económica, mira la tele y observa cómo los madrileños van de Madrid al suelo. Resbalón va, resbalón viene. Y sonríe pensando que, al otro lado de la ventana, en su Valderredible, la nieve este año no ha sido para tanto. Y es que esto ya no es lo que era. Cuando le llamas y le preguntas: «¿Qué tal hace, ha nevado, hace mucho frío?» La respuesta es propia del oráculo de Delfos: «Nada, cuatro dedos y algo de relente». Traducción. Nieve para rato y un frío que pela. Vete sumando centímetros al nevero y restando grados al termómetro. También sabe que la nieve es blanca, pero muy negra.
En realidad esto era lo que tocaba, lo normal. Hasta hace unos lustros el invierno hacía honor a su nombre, antes de que a las tormentas se las llamara ciclogénesis explosivas y cuando Dana era tan sólo un nombre de guiri. Antes del cambio climático, cuando en Reinosa sólo había dos estaciones, la del invierno y la de Renfe. Ahora, te asomas a la televisión y es noticia que en invierno hace frío y que en verano hace calor. El reportero de turno nunca ha sido un fenómeno con la aritmética y se pone estupendo, incluso épico, añadiendo centímetros a la capa de nieve, mientras desde el sofá piensas en los sacrificios de esos padres para pagarle la carrera y el master.
Con todo, los ganaderos y agricultores cada año luchan con la nieve, la sequía, la administración y la ignorancia. Y aunque efectivamente el PIB de la tudanca y de la patata está a años luz del de Madrid, también en la capital y en el resto de las urbes acostumbran a comer.
Cuando los meteorólogos no aciertan en el pronóstico los políticos tienen excusa para el descalabro. Cuando dan en el clavo, la culpa va por barrios, o por partidos. Nunca nieva a gusto de todos.
El refranero casi nunca falla. Casi. Porque eso de «con nieve en enero, no hay año austero», como que no lo veo. Me da que vamos a tener que seguir ajustándonos la mascarilla una temporada. Pero, al mal tiempo, buena cara. Porque nunca nevó que no escampara y al fondo de la caja de Pandora siempre nos quedará la esperanza, que es lo último que se pierde.
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