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Ruge el helicóptero de Naciones Unidas en nuestra posición 7.2. 'Miguel de Cervantes' alza el vuelo, levanta la nieve que cubre la pista, y sus motores resuenan por la base. El mismo helicóptero desde el que, en un vuelo de vigilancia sobre la 'Blue ... Line', cicatriz que separa Israel y Líbano, admiré el monte Hermón, místico y misterioso pico de casi tres mil metros de altura que separa Siria y Líbano. Cubierto bajo un grueso manto blanco, lo contemplé al ocaso de un rojo casi bermellón, con los últimos rayos de sol refulgiendo en su cima de hielo. Por algo el 'País de los Cedros' se llama Líbano, palabra fenicia que significa blanco: el de la nieve de sus montañas.
Desde el helicóptero vuela mi corazón a los cielos de España, Cantabria, Lamasón, Peñarrubia, Bejes y Lebeña, Campoo, Toranzo, Santander... y desea un final feliz para el Líbano, pueblo ensangrentado desde hace más de tres mil años por fratricidas luchas de sus hermanas tribus semitas, y hoy más que nunca comprometido su porvenir como estado moderno. Destino incierto tras una quimera diplomática que, después de su independencia como protectorado francés y hasta los años setenta del siglo XX, llegó a hacer de este pequeño país, de tamaño un poco mayor que nuestra región de Cantabria, un modelo de libertad social y económica. Su capital Beirut fue una de las más cosmopolitas urbes del mundo, su sistema financiero era denominado 'la Suiza de Oriente', y Líbano vivía un oasis de calidad educativa, sanitaria, industrial y turística en medio del desierto geopolítico que rodeaba su territorio.
Pero sucesivas invasiones demográficas, guerras civiles y conflictos con sus vecinos mataron su primavera. Ahora el 'País de los Cedros' es una zona gris, donde trabajamos para preservar su paz. Labor difícil y peligrosa, porque a las tensiones diplomáticas y bélicas se suman una corrupción económica e institucional sin precedentes, la ruina financiera acabó por reventar con la devastadora explosión del puerto de Beirut, y el desprestigio político y las tensiones localistas, casi tribales, corroen su unidad.
Después del relevo con los compañeros de la Brilib XXXVI, regresamos a España nuestro Regimiento de Cazadores de Montaña 'Galicia 64', desplegados con la Brilib XXXV (Brigada Líbano), compuesta por más de 600 soldados españoles y apoyada por, entre otros ejércitos, los de Serbia, Finlandia, Suecia, Brasil, Italia, Dinamarca, El Salvador, India, Indonesia, Ghana, China: todos cascos azules de Naciones Unidas en Líbano. Como un tablero del juego de la Oca, la vida es una romántica y cruel partida de dados existenciales, y desde esta casilla final en el 'País de los Cedros' tornamos a la de salida en España.
De una sociedad en constante tensión bélica, a la paz y seguridad, a pesar del covid-Ómicron. De los uniformes, botas, chalecos y antifragmentos, armamento, casco y vehículos blindados al descanso y la tranquilidad. De destrozadas carreteras, un parque móvil peculiar, motos con tres pasajeros, furgonetas descacharradas de brillantes colores cargadas con una docena de trabajadores sirios rumbo a los campos de cultivo, ausencia de señales o custodia policial del tráfico, a las modernas carreteras, vías férreas y aéreas de España controladas por nuestra Guardia Civil. De bombardeos con misiles sobrevolando nuestras posiciones, de los búnkeres de madrugada jugando al ajedrez con un veterano suboficial mayor mientras retumba el suelo por los cercanos proyectiles, de los campos de minas cerrados por concertinas y alambradas, a nuestras acogedoras y felices campiñas y bosques de Cantabria y España. De las restricciones comerciales, de combustible, médicas, farmacológicas, alimentarias, a nuestros abastecidos supermercados, gasolineras, farmacias y hospitales. De un país que fue un paraíso a otro que lo es mientras no se rompa la convivencia, se envenene la armonía ciudadana, se depraven las instituciones y se arruine la paz, unidad, seguridad y libertad de España.
Los montañeses, navarros, castellanos, catalanes, andaluces, gallegos, vascos, canarios, todos los españoles somos afortunados por vivir en un edén tropical de bienestar y paz frente al invierno de pobreza y violencia que sufren los buenos libaneses. Naciones muy parecidas en muchos aspectos pero, por idéntica soberbia del ser humano que también podría destruir nuestra patria, dos realidades distintas. Con humildad y firmeza los españoles, unidos en la diversidad, democráticos, libres y herederos de nuestras tradiciones hemos de custodiar la paz protegiendo nuestros valores, unidad y forma de vida. Porque la misma nieve cae en Líbano y en España pero dispar es el color de la tierra que cubre su blanco manto: verdes de paz los campos de España, rojos de sangre los del Líbano. Dios quiera que tras el invierno rebrote la primavera en el 'País de los Cedros', y, también, que nunca agostemos los españoles las mieses de España.
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