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Si la noticia del cierre de la macrotienda de Zara en Torrelavega supuso un contratiempo para muchos clientes habituales de la comarca cabecera de Amancio ... Ortega –hasta el punto de llegar a sugerir que las autoridades interrogaran al gigante de la moda por este cierre–, el aviso de que dentro de unos días apagará la luz de sus escaparates otro de sus negocios punteros, Stradivarius, ha sido recibida con una actitud que parece haberse convertido en una especie de resignación ante lo inevitable. Cuando hace dos décadas la firma gallega apostó por Torrelavega abriendo sus tiendas de Zara, Pull&Bear, Bershka, Oysho y Stradivarius –hoy todas cerradas–, lejos de sentirse amenazado, el comercio local vio en estas decisiones una apuesta por el futuro comercial. El adiós al ultimo bastión del mago de Arteixo elimina el innegable imán que esta firma ha tenido en el movimiento clientelar de Torrelavega como cabeza comercial de la comarca. Aún siendo cierto que esta firma está cerrando tiendas en ciudades de tamaño medio, como parte de su estrategia de reorganización y digitalización –concentrando su presencia en ciudades principales–, no es menos verdad que en las decisiones de las marcas influye la racionalización de los gastos por el aumento de la venta por internet, pero nunca se debe olvidar que de estas modificaciones en los hábitos de compra, son autores los propios compradores, cada vez más proclives a comprar de esta manera por comodidad o por sus facilidades de devolución inmediata. No siempre hay que echar la culpa al empedrado.
El cierre de comercios-bastiones en ciudades de tamaño medio como la nuestra puede tener un efecto en la vida urbana que va más allá de la economía, afectando a la percepción del espacio público, con la menor iluminación de las calles, la pérdida de vida urbana y efectos también en los pequeños comercios de alrededor que se nutren de la mayor circulación de potenciales clientes. Frente a estas situaciones, algunas ciudades han apostado por estrategias como el impulso decidido, valiente y real de los comercios locales, aplicando incentivos fiscales para nuevos negocios o la reconversión de espacios comerciales, apoyando el cotrabajo, el mal llamado 'coworking', o creando espacios culturales y de ocio. Es momento, pues, para apostar por la revitalización del comercio de proximidad o la combinación de tiendas físicas con experiencias innovadoras que podrían ayudar a evitar la desertificación comercial. Los ayuntamientos no deben de ser meros espectadores. Existen formulas para incentivar al pequeño comercio, como establecer ayudas a la digitalización, la modernización y la adaptación de los negocios, bonificaciones fiscales en tasas, para aliviar la carga económica (no solo a la hostelería) o facilidades para el alquiler mediante acuerdos con propietarios de locales vacíos o incentivos a quienes alquilen a pequeños comerciantes.
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Ana del Castillo
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