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El optimismo nunca viene mal, porque nada resulta más reconfortante que jalearnos a nosotros mismos, desoyendo las recomendaciones del libro de los Proverbios: «Que te ... alabe otro; no tu propia boca; que lo haga un desconocido, no tus propios labios». Hay otras sugerencias menos elevadas, como las que aportan los especialistas en crear liderazgos –los coaching– que sugieren que para reivindicarnos –sobre todo si los demás no lo hacen– usemos como terapia hablar nosotros mismos ante el espejo como si fuéramos los mejores amigos, que nos paremos unos segundos para recordarnos lo extraordinarios que somos, convencernos de que la luz que vemos que brilla en los demás también está en nosotros, que nos enamoremos de nuestra propia existencia y que aprendamos a reconocer lo guapos y listos que somos. Hay otras razones, menos frívolas, que afectan a quienes sufren el síndrome de Narciso, que padecen quienes tienen un aire irrazonable de superioridad buscando ser el centro de la atención y la admiración ajena. Ahí andamos, unos y otros.
De manera patente lo evidencian los políticos, por estar abiertamente expuestos a la opinión pública, que a la postre es la que juzga lejos de los loores que buscan, en su legitima aspiración a ser admirados (y sobre todo, votados). Hace unas semanas, los coalcaldes de Torrelavega, López y Urraca, coparon la atención –y la sorpresa– de muchos ciudadanos, cuando informaron de que nuestra ciudad vive los mejores momentos del último medio siglo, gracias a este año de colegislatura regionalista-socialista, dejando desconcertados a quienes no habían caído en ello, con datos 'macroeconómicos', como el crecimiento de la población, que se aleja de los temidos 50.000 censados. Lo achacan a la resurrección económica de Torrelavega, obviamente resultado de su gestión, orillando que, como no somos una excepción, la población de nacionalidad extranjera aportó el 97,48% del crecimiento poblacional registrado en España en los dos últimos años, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Así que lo del regreso y afianzamiento de los jóvenes talentos que se nos escapan cada día hacia las economías nacionales o europeas más florecientes, de momento, nada. También se exhibe la subida de afiliados a la Seguridad Social que, al no ser Torrelavega una excepción, debe ser adjudicado al Gobierno nacional socialista-periferias, obviando además que la hostelería acumula una de las grandes subidas en contratación en todo el país. Del empleo industrial y comercial, el estable, ese que no se escapa cuando pasa el verano, ya hablaremos al final del próximo medio siglo. Así y todo, los datos que aportan los caporales son evidentes e innegables, por mucho que se intente opacarlos desde la oposición, especialmente a la que más numéricamente potente, la popular, que parece vivir envanecida y encorsetada en la crítica sistemática y cuya vis política se lleva con tanta discreción que poco o casi nada se sabe.
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Ana del Castillo
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