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Nació en Torrelavega cuando en el antiguo templete de la Plaza Mayor los músicos ofrecían su concierto dominical ante un nutrido público; cuando en un aparte del Bar Central los hombres se reunían ante café, copa y puro para hablar de sus cosas –¡vete a ... saber de qué!– y sus señoras, en la parte opuesta, hilvanaban sucedidos mientras merendaban chocolate con churros, que aún no se habían inventado eso de las yanquis tortitas. En aquella Torrelavega próspera y cadenciosa nació una mujer, Isabel González Alonso, hija de Manuel González, un militar que jugaba al dominó en el afamado café con Chus Collado, José Luis Guerra y Chamón Pérez Carral, personajes de esta ciudad que los más jóvenes deberán consultar con sus mayores. Isabel, una mujer guapa, alta y bien educada, trabajó un tiempo en la droguería de Hilario y en los Almacenes Santillán. Pero a aquella chica se le quedaba pequeño su terruño y soñaba con conocer una sociedad más abierta.
La oportunidad se la dio precisamente Hilario cuando la comunicó que en Londres tenía posibilidad de trabajo. Sin pensárselo dos veces, y cuando entonces España acababa en los Pirineos, se marchó a la capital británica donde trabajó como limpiadora en un hospital. Allí aprendió con el idioma y descubrió un mundo lleno de posibilidades, como por ejemplo, poder ser contratada en Cambridge por una familia de alta alcurnia que necesitaba de una persona joven y educada para acompañar a una señora mayor. Lo que no sabía Isabel es que, en aquella casa palaciega, a quien tenía que cuidar era a Lady Emma Norah Barlow, de soltera Emma Darwin, nieta del naturalista (autor de la teoría de que hombres y monos descienden de un tronco común). Allí se encontró con quien había sido, además de nieta de este prohombre, una reputada genetista, responsable, por ejemplo, de que en 1958 se conociera la versión completa de la autobiografía de su abuelo, Charles Darwin, añadiendo aspectos que habían sido censurados por la ultracatólica esposa del eminente investigador.
Esta mujer, ya Lady Barlow por matrimonio, que era la guardiana de la fabulosa biblioteca personal de su abuelo en su casa de Cambridge, fue cuidada por Isabel González hasta su muerte. De ella recibió, además de un amplio bagaje cultural, la posibilidad de ver desfilar a la elite de la intelectualidad que iba a consultar los fondos personales de la biblioteca de Darwin, una experiencia vital para la torrelaveguense, en una vida ordinaria rodeada de mayordomos, damas de servicio, chóferes y lo más granado de la educación británica. Hasta su fallecimiento venía cada dos años a su tierra natal, donde dejó algunos de los muchos regalos que recibió de su señora, como una selecta mantelería de 36 cubiertos bordada con las iniciales de Charles Darwin, que trajo como obsequio a su sobrina Lidia González Noguerales, quien la guarda como una auténtica reliquia.
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