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Para pocos, el problema de la falta de aparcamientos en Torrelavega no es un problema. Lo es y muy grave, porque además de provocar la irritación de los conductores, lleva a los potenciales visitantes a huir del casco urbano como alma que lleva el diablo, ... con un efecto evidentemente negativo para el cuerpo comercial. Toda vez que se ha renunciado a establecer el sistema de estacionamiento regulado, OLA, la construcción de dos aparcamientos en altura, y la utilización de grandes solares para estacionar, alivia y aliviará en buena parte este inconveniente. Pero en ocasiones, de la misma esencia de la solución nacen otros problemas. El Ayuntamiento sigue sin determinar cómo será la gestión de La Carmencita para evitar que se convierta en un garaje gratuito o que sea, por el contrario, una extraordinaria opción de movilidad. Se supone que la solución que hallen para este dilema se aplicará a los demás aparcamientos de promoción pública.
Esta situación contrasta con el reciente anuncio de la habilitación de dos grandes garajes en altura en la zona de Cuatro Caminos –un barrio donde no existe ninguna posibilidad de aparcar gratuitamente y que vive flanqueada por bolardos– para crear un buen número de plazas privadas a un precio de compra que superará ampliamente los 30.000 euros. Lamentablemente, si el Ayuntamiento no encuentra la piedra filosofal para evitar que los aparcamientos públicos se conviertan en garajes permanentes gratuitos, se creará un agravio comparativo entre los departamentos de la ciudad.
Todo ello, teniendo en cuenta que lo gratuito tiende a ser subestimado, en el plano económico y en el psicológico. Esta percepción como algo de menor valor se ha estudiado ampliamente y es un fenómeno que tiene raíces profundas en la forma en que evaluamos el valor de bienes y servicios. Además, la gratuidad genera una expectativa que puede dar lugar a una forma de afrenta con aquello por lo que pagamos. Los seres humanos tendemos a valorar lo que obtenemos en función del esfuerzo o el dinero que invertimos.
Cuando algo es gratuito, no hay un intercambio que nos recuerde que hemos pagado por ello aunque sea en impuestos. Cuando no existe este ancla de valor, puede ser percibido como menos valioso o significativo, despertando también una sensación negativa en quienes no pueden acceder a la gratuidad del mismo bien. El concepto de agravio comparativo puede determinar un sentimiento de injusticia al comparar beneficios o esfuerzos entre grupos. Este fenómeno puede mitigarse si se comunica claramente el valor de lo gratuito y se fomenta un compromiso por parte de quienes reciben estos beneficios, pero ¿cómo se convierte el cuadrado en círculo? Pues a ello, porque la sabiduría consiste en saber cuál es el paso a dar; la virtud, en llevarlo a cabo.
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