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La comida es una forma nada baladí de comprendernos, una manera de reflejar nuestra propia historia, de situarnos en el lugar en el que hemos nacido y nos hemos criado, y por supuesto, constituye una fotografía indispensable en el álbum de nuestra personal biografía. Y ... maximizando, bien podría decirse que vertebra de alguna manera la propia vida. Nos regresa al pasado, volviéndonos a sentar en la mesa invernal de nuestra niñez, transportándonos a olores y sabores hogareños que evocan a madres y abuelas guisanderas, reverdeciendo las sensaciones de unos platos que –aseguramos– jamás hemos vuelto a paladear con aquel mismo sabor. Lo que comemos, y nuestros elementos culturales, están íntimamente unidos y hablan de nosotros mismos como seres irrepetibles. En un mundo globalizado, perdidos en medio de la aldea de McLuhan, la identidad cultural de una sociedad, e incluso de un país, se sigue fijando por sus tradiciones y usos, pero también por su gastronomía. En este ámbito de recuperación de los signos distintivos de las comidas, se vive un renacimiento de las cofradías gastronómicas. Alimentarse ya no es una cuestión de sustento vital, es también una muestra de bienestar social en la que los individuos se reúnen en torno a la mesa en fraternidad para disfrutar de los alimentos como una forma de ocio, reconocimiento y contacto social.
La eclosión actual de las cofradías ha ayudado también a revitalizar los encuentros en una comunidad cada vez más aislada por la intermediación de los medios tecnológicos que de alguna manera nos han hecho aún más individualistas. En España está documentada la existencia de las cofradías en el inicio del siglo XVI, siendo una de las antiguas y más conocidas la de San Sebastián, situada en Lérida allá por el año 1568. A este escenario se debe la creación en el año 2000 de la Cofradía del Hojaldre de Torrelavega, inspirada por el recordado alcalde José Gutiérrez Portilla, si bien, su prematura muerte le impidió ver hecha realidad la idea que trajo de la localidad francesa de Evron, cuando asistió con la Cámara de Comercio a un acto en el que las prolíficas y extensas cofradías francesas fueron protagonistas. Desde 2020, se ha unido la Cofradía de los Cocidos de Cantabria, idea de Gabriel Argumosa, que ayer mismo celebró su tercer capítulo, que estuvo precedido por una serie de actos culturales y sociales muy interesantes y participados. Es una cofradía nacida para ensalzar la treintena de versiones de este potaje que existen en nuestra región, aunque la especialidad montañesa sea la más conocida. Su nacimiento y desarrollo en este trienio se ha cocinado despacio, como los buenos platos, con fundamento y sin alharacas, formando una hermandad horizontal, en la que cada propuesta de sus miembros es ingrediente en un nutritivo puchero de ideas.
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