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Estar en una mesa petitoria puede ser una experiencia enriquecedora sobre el ser humano, sus virtudes y miserias, y ayuda a comprobar que el disimulo ... puede ser un arte. Los sociólogos extraerían interesantes conclusiones si, además de imbuirse en sesudos tratados sobre el comportamiento, se pusieran detrás de una hucha petitoria en plena calle, y comprobaran las curiosas, divertidas o vergonzosas reacciones de quienes pasan de largo, paran y colaboran, o bien hacen 'la cobra' a quien les solicita una ayuda siempre para un buen fin. Vengo colaborando con la delegación local de la Asociación Española Contra el Cáncer y puedo asegurarles que he aprendido mucho sobre el ser humano, de su capacidad para la empatía, la solidaridad o el desprecio. También, de la valentía y la humanidad de los voluntarios, que superan el pudor de pedir en la calle al albur de la respuesta que puedan recibir, que viven momentos, a veces chocantes, otros duros y hasta hilarantes y divertidos, que estas personas, por cierto, mayoritariamente mujeres, tienen que enfrentar.
En este caso, la petición de una ayuda es para colaborar con la investigación y con los enfermos y las familias que tienen que encarar este mal que, afortunadamente, la ciencia está comenzando a dominar. Y así, de pronto, descubres que una persona desconocida se acerca a la hucha y, casi a escondidas, deposita un billete importante o una pequeña moneda, y sin más, se aleja sin más explicación. Otras se revelan expertas en requiebros para evitar enfrentarse a la temida hucha, siendo una de las maniobras que empieza a estar en boga, hacer que hablan por teléfono, incluso, a riesgo de que suene en plena maniobra. Los hay más expertos, y driblan con precisión al petitorio, algunos, incluso, personajes del famoseo urbano, pero poco amigos de abrir la cartera.
Pero lo mejor, y más sorprendente, son las respuestas: «¿Quiere colaborar en la lucha contra el cáncer?. Respuestas: «Yo ya soy socio», de tal manera que si sumáramos todos los que lo aseguran ya no sería, por su cuantía, necesaria la campaña por exceso de ingresos. «No, gracias, yo ya lo pasé» –ahí queda eso–, «Vete a saber a dónde va a parar el dinero» o el consabido «Todo el día pidiendo». Pero lo mejor son las personas sencillas que se acercan y te hacen contener las lágrimas cuando te agradecen el gesto, te hablan de la enfermedad que sufre o ha sufrido alguien cercano, o ese abuelo que le da el dinero al nieto para que ensaye la solidaridad. En todo caso, gracias a todos que con una sonrisa, una pequeña moneda o un gran billete, hacen que los voluntarios terminen la jornada con buenas sensaciones sobre la bondad de los seres humanos.
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