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Hace unas semanas, Manuel Ortíz, presidente de la asociación de vecinos del barrio El Salvador de Barreda, se lamentaba del ocaso que viven estos movimientos ... ciudadanos, otrora poderosos e influyentes medios de presión ante los poderes públicos y políticos. Torrelavega fue cabecera en las movilizaciones vecinales como medio de forzar soluciones a sus problemas y también actuando como controladoras de las decisiones municipales. En este declive no es ajeno el desapego del asociacionismo en la hipercomunicada sociedad del siglo XXI. El diagnóstico no es difícil: Los nuevos ciudadanos parecen estar cada vez menos interesados en prestar su tiempo altruistamente a no ser que haya por medio una compensación económica. Esta crisis está siendo especialmente llamativa en el asociacionismo vecinal, donde los pocos dirigentes que dan el paso, o quienes sobreviven, comparten un problema endémico: la dificultad de encontrar a quienes quieran relevarles, por lo que en muchas ocasiones se tienen que constituir como representantes vitalicios. Desde el año 2000 persiste la fragmentación, la indiferencia y la ignorancia de lo que llevan a cabo las asociaciones, en especial en ciudades y barrios.
De esta anemia se benefician los gobernantes de las últimas hornadas que toman decisiones sin el temor a la mosca testicular que siempre fueron los vecinos para los gobiernos del siglo pasado en Torrelavega y cuya influencia fue definitiva en los cambios operados en el tardofranquismo y en la transición, tiempos en los que los dirigentes sindicales y políticos se refugiaban en las asociaciones vecinales para forzar el cambio, unas situaciones ideologizadas de las que posteriormente se nutrieron instituciones locales y partidos. Así, alcaldes como Manuel Teira, Manuel Rotella, José Gutiérrez Portilla, y en menos medida quienes les sucedieron, tuvieron como inflexibles censores a los grupos vecinales. Momento, pues, propicio para recordar a alguno de ellos –con el riesgo de indeseadas omisiones– como Florencio Enríquez, Juan Carlos Gutiérrez y Mari Carmen Dorado (La Inmobiliaria), Felipe Ruiz Ibáñez (Viérnoles), Manel Echaves, Amador Pérez Guerra y Vidal (Tanos), Calderón y José Sordo (Ganzo-Duález), Mauricio Aguilera y Rosario Iturbe (Barreda), Dionisio de la Parte, Iván y Eladio Gutiérrez (Sierrapando), María Ángeles Argumosa (Paseo del Niño), José Fidel Palacio (Campuzano), Augusto Ezquerra y Domingo Martínez Vejo (Nueva Ciudad), Pedro Vega (Torres), José Luis Calderón (San Ramón-Caseríos) o Ángel Campos. Mención especial merecen los vecinos del barrio Covadonga, supervivientes de aquella edad de oro vecinal, con nombres inolvidables para quienes vivimos de cerca la vida municipal de los años 80 y 90 como Juan José González Maestro 'el cura', José García Díaz o Juan Carlos Cabria que impulsaron la Unión Vecinal, lamentablemente adormecida.
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Ana del Castillo
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