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Describir cómo se gestó la moción de censura de Torrelavega, de los efectos personales y políticos que tuvo, admite poco resumen. Impulsada por el PRC, que buscaba debilitar al PP, único partido que podía frenar sus aspiraciones, fue aprovechada por el PSOE para ajustar cuentas – ... algunas con rencor de por medio– y hacer limpieza de la vieja guardia, justificándose para ello en que así podrían resucitar las gloriosas mayorías que habían comenzado a abandonarle. La razia, tan habitual en política, se hizo en este caso sin previsión ni control, con prisas, con más testosterona que estrategia, y de ahí, los resultados. Los regionalistas dejaron hacer, viendo cómo su eventual aliado socialista se desangraba, al tiempo que tenían la oportunidad de descabezar a Ildefonso Calderón, una figura emergente que había logrado el mayor número de votos no de izquierdas en la historia democrática de Torrelavega. Era el único, entre los votantes moderados, que podía eclipsar a Javier López Estrada, ya continuador de la saga.
En el PSOE, acariciando de nuevo la Alcaldía, había que decidir quién sería el futuro alcalde. En aquel escenario, el otrora gurú, Aurelio Ruiz Toca, con su alargada sombra, no iba a permitir que su eterna oponente, Blanca Gómez Morante, volviera a blandir la vara de mando. La cosa venía de lejos, desde 1993. Admitiría todo menos que la que fuera alcaldesa, y todopoderosa mandamás del PSOE, volviera a asir el bastón de mando, iniciándose así una sórdida guerra trufada tanto de intereses políticos como de asuntos personales. No hay que olvidar que Gómez Morante se adelantó a Ruiz Toca, horas después de la muerte del alcalde José Gutiérrez Portilla, reclamando para sí la silla vacía dejada por el difunto edil, por lo que el 'Lenin de Torrelavega' perdió su oportunidad de ser alcalde, teniéndose que tragar un indigesto sapo.
Hubo en aquella guerra desatada por la moción de censura vendettas entre los dos santones socialistas, que al final les llevó del fuego amigo al tiro por la culata. Porque desde entonces este partido no volvió a ser lo que fue, mientras que la alcaldesa por accidente, Lidia Ruiz Salmón, duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, que diría Sabina. En aquella guerra 'fraticidopolítica' emergió inesperadamente una desconocida concejal, admitida como mal menor, una mujer con buena voluntad que terminó por ser fagocitada por los mismos que la habían puesto en el violetero sabiendo que sería flor de un día.
De aquellos personajes pocos han sobrevivido políticamente. Calderón abandonó al sentirse traicionado por su partido, Gómez Morante terminó expulsada de su PSOE natal, y Lidia Ruiz Salmón habita en el olvido. Como en la maldición de la pirámide, a ninguno de aquellos actores le han ido las cosas demasiado bien –excepto a Urraca y López Estrada– y en el PSOE y el PRC deben levantarse cada día sonriéndose forzadamente para sostener un tímido poder.
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