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El departamento de estudios de mercado de una entidad bancaria dedicaba recientemente una reflexión a la importancia de la utilización del comercio de proximidad enfrentándole ... a las grandes superficies. Decía en sus conclusiones que la forma de ser del comercio local genera ventajas para los compradores, además de fomentar las relaciones sociales, dejando espacio para el asesoramiento, e incluso, para la charleta cotidiana. Destacaba también que mantiene un modelo de consumo más sostenible contraponiéndolo al utilizando por las diferentes estrategias de marketing que promueven la compra impulsiva, mientras que el pequeño comercio favorece una compra más pausada, en definitiva, más consciente. Pero como no se pueden poner puertas al campo, habrá que colegir que ambas formas deben coexistir con modos bien diferentes y tomar conciencia de que en su subsistencia es el consumidor, el cliente, quien toma las decisiones. Hay cierta tendencia a culpar a las administraciones de un cambio de tendencia en el uso del comercio cuando, en realidad, cada uno de nosotros somos quienes le subvertimos o afianzamos.
En todo caso, la existencia del pequeño comercio, de la tienda de al lado, debe reconocerse como el fundamento de la economía de Torrelavega desde hace siglos, desde que las mujerucas se sentaban en la Plaza Mayor para vender sus productos, hasta la implantación de un comercio sofisticado. Suelen ser lamento habitual rememorar «el gran comercio que tenía nuestra ciudad» y comparar en qué ha devenido, pero este plañidero memento es habitual en todas las ciudades. Así y todo, el comercio cercano, el sencillo, casi siempre sustentado por una estructura familiar, sigue siendo quien pone la luz en las calles y quién auxilia cuando el comprador necesita a la persona amiga que le ayuda a tomar una buena decisión. Este comercio está siendo en estos momentos el héroe en silencio, el que abre las puertas intentando ser parte del cuerpo de una ciudad. Por todo ello, es plausible, nuevamente, la celebración de la gala del comercio, impulsada por la Cámara de Comercio, el grupo Influyentes y la firma Índole –ejemplo de organización– que acogió hace unos días el Teatro Concha Espina, donde una serie de establecimientos fueron elegidos para recibir un sencillo homenaje a los pequeños empresarios que dan lustre a esta ciudad, con un recuerdo a un inolvidable empresario, Luis García Espada, fallecido recientemente.
Es tristemente habitual ver desaparecer escaparates incapaces de que las nuevas generaciones quieran seguir adelante con un esfuerzo casi titánico. Por ello se deben proteger y mimar a los que resisten, como cuando dentro de dos años, por ejemplo, se celebren los cien años –¡un siglo!– desde que Saturnino Manuz abriera su optica-relojería y que han seguido sus descendientes hasta llegar ahora a una joven cuarta generación. Como siempre aconseja un buen amigo: «Si no sonríes, no pongas tienda».
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