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Con las victorias de la selección española de fútbol y de Carlos Alcaraz, los españoles añosos hemos recibido una buena lección de historia dictada por ... una juventud sin complejos, que desoye las guerras de banderías –tan habituales entre los partidos políticos– demostrándonos que el deporte es más capaz de unir a los españoles en un acuerdo y esfuerzo común que todas las diatribas que a diario reciben desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Hablamos del resurgimiento del uso de la bandera española entre los jóvenes.
Este fenómeno es significativo porque, históricamente, las banderas han sido asociadas a connotaciones políticas, especialmente a la dictadura, a la república o a movimientos nacionalistas. Sin embargo, la nueva generación está reinterpretando su significado, adoptándola como símbolo de unidad, orgullo y modernidad. Varios factores han contribuido a este cambio de percepción, entre ellos, el éxito de los nacionales en eventos deportivos mundiales en los que la bandera se ha convertido en un símbolo de celebración y apoyo. L
os jóvenes se muestran más dispuestos a reivindicar su identidad y cultura en un contexto globalizado con la utilización de símbolos nacionales como sentimiento de pertenencia y cohesión. Las plataformas digitales también han jugado su papel al permitirles compartir imágenes y mensajes en los que la bandera aparece como un elemento de identificación y orgullo, tendiendo a desvincularla de un pasado controvertido, viéndola más como un símbolo cultural y menos como un emblema político, lo que puede interpretarse como que están redefiniendo lo que significa ser español en el siglo XXI. Y no hablamos solamente de la bandera de España, sino la que representa a cada territorio o la forma de vida. La bandera es un símbolo que, si se siente, debería ser aceptada sin aspavientos y como reconocimiento del derecho que cada español tiene a identificarla con sus valores, pero también asumiendo que igual es el ejercicio de libertad en la desafección hacia la enseña. Los jóvenes están sentando cátedra, tomando el camino que ellos mismos deciden, envolviéndose en la bandera nacional, como hemos visto en nuestras calles y plazas durante los días del triunfo de 'La roja', o en la de Torrelavega, cuando en una eclosión de 'portuguesismo' los peñistas se visten con la enseña local durante las fiestas, o cuando en las reivindicaciones de respeto e igualdad sexual se arropan en la arco iris, sin importarles nada ni nadie.
En todo caso, no se debería olvidar que la bandera, sea cual fuere, y siempre que sea constitucional, es la encarnación, no de un sentimiento, sino de la historia de un colectivo. Como ejemplo debe reseñarse la sensibilidad del equipo de gobierno de Torrelavega, al haber cruzado el Palacio municipal con una enorme bandera de España, o en el cuidado que pone en la buena conservación de las que se exhiben a las entradas de la ciudad.
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Ana del Castillo
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