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Las fiestas patronales han dejado evidencias. Una de las más importantes ha sido la capacidad de movilización ciudadana que el equipo de gobierno ha provocado ... a través de los organizadores de las celebraciones patronales. Lo más importante no fue que las calles estuvieran atiborradas de gente, sino el tipo de personas que se han unido al jolgorio, especialmente los jóvenes, y los ya añosos que se resisten a dejar de serlo, que han regresado a su ciudad para sumergirse en una mezcolanza de diversión y reivindicación de 'portuguesismo', envolviéndose en la bandera roja y verde con la que predican el orgullo de pertenecer a este pueblón, demostrando, además, que los excesos no acarrean obligatoriamente problemas.
Del fracaso es posible aprender, pero del éxito habitualmente, no, y todo lo que es exitoso tiene un futuro riesgoso: saber administrarlo significa el triunfo pero también se puede morir de éxito. No sé quien 'inventó' este asunto de las peñas, pero ha hecho más por la alegría de la colectividad que todos los eventos empingorotados que pudieran haberse traído a escena. Es bueno utilizar los algoritmos para intentar repetir el éxito, pero ha de hacerse con cautela, sin dejarse deslumbrar. Los actos festivos forman parte de la vida de las comunidades, y compartidos, como los que aquí se han vivido, crean identidad, por cierto, algo de lo que, afortunadamente, los torrelaveguenses no estamos precisamente escasos. Los acontecimientos festivos han propiciado, además, que las personas emigradas vuelvan a casa porque tienen algo que celebrar con su comunidad, reafirmando también así su identidad y los vínculos con los suyos.
Las fiestas han terminado y la ciudad vuelve a su ser. Dicen que es de agoreros hablar de la realidad porque en muchas ocasiones ésta no sonríe. Los hiperoptimistas, deslumbrados quizás por el jolgorio, han vivido diez días de ensoñación –el tintineo del sonar de sus cajas registradoras se lo ha confesado cada noche– confundiendo el deseo de una ciudad que bulle durante un tiempo con la realidad cotidiana que siempre se despierta al día siguiente, cuando se apagan las luces, que es cuando la ciudad vuelve a desperezarse del sopor de las cálidas noches de verano. Muchos de estos jóvenes a los que cada día se les echa en falta en las calles, han hecho las maletas y en ellas han empaquetado su 39300 para volver a ponérsela el año que viene, pero también se han llevado consigo el talento de una generación preparada, que aquí no encuentra apaño, muchos con fuerte responsabilidad laboral en otras regiones más prósperas e industrializadas, o en el extranjero, al que prestan su inteligencia y talento. La nueva Corporación ha iniciado la legislatura bajo el brillo de los fuegos artificiales pero ha de comenzar a estructurar el futuro que nada entiende de bambalinas y sí de realidades. Dicen que dijo Bruce Lee que la simplicidad es la clave de la brillantez. Y este año así ha sido.
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Ana del Castillo
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